Lo que me escandaliza de Eurovisión es lo de siempre, o sea que tanta gente en principio sensata se tome tan en serio lo que ... no es sino mamarrachada pletórica de barullo, brillibrilli, lentejuelas de rayos láser, vestimentas como de circo galáctico y bailes mareantes. No lo entiendo. Las canciones del certamen, salvo excepciones, supongo, no abren nuevas vías ni trituran caminos trillados, suelen ser horteradas superiores dispuestas a emocionar los paladares más inocentes. El festival, musicalmente, salvo excepciones, imagino, se basa en los trinos de eso tan repugnante que responde al nombre de «canción ligera». Por mucha fantasía que incorporen, se trata, salvo excepciones, intuyo, de basura melódica.
Pero esto de vibrar mediante polémicas chorras no es exclusivo de España. Parece que en otros países, en general europeos, también optan por rasgarse las vestiduras, lo cual indica la decadencia de nuestro viejo continente y esto me sume en la perplejidad y en la tristeza. Le ha faltado tiempo a Sánchez, un águila de la diplomacia, en exigir la exclusión de Israel del cotarro cochambroso. Propone uno algo mejor... Ya que no le gustan las reglas del juego con el televoto y otras zarandajas, ¿qué tal si nos marchamos nosotros cargados de dignidad hidalga? Participar en ese bodrio de pirotecnia catódica nos cuesta un mínimo de 600.000 pavos que paga RTVE, empresa harto deficitaria como todos sabemos. Si encima sólo nos da disgustos, según dicen, que uno de estos días si seguimos por este camino asistiremos a varios infartos por parte de los telespectadores, pues nos largamos con la música a otra parte. Por otra parte, por aclararnos, Eurovisión no es cultura, como ha pronunciado nuestro máximo capitoste. Cultura es Cervantes, y Pla, y Azorín, y Berlanga, y Buñuel, y Goya. Eurovisión es falso folclore saturado de baratillo.
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