Como los avestruces

Resulta un tanto tristona la especie de rutinario ritual que en ocasiones me asalta. Por suerte, a mi edad, casi todo empieza a resbalarme… Subí ... temprano con un vecino allá en el ascensor. Pero a mí no me preguntan por el tiempo, lástima. Ese vecino me interpeló: «¿Todavía estás en la radio?». Por el tono parecería que uno se dedica al contrabando de esteroides o algo peor, pero finjo buen humor y respondo: «Sí, sí, ahí estamos...». Entonces cabecean con extraña pesadumbre, como si sus pensamiento girasen en torno a algo así como «fíjate, tan mayor y se gana la vida haciendo el mamarracho...». Por la tarde, de nuevo en el ascensor, bajé con otro vecino. Este soltó a bocajarro: «¿Todavía escribes en el periódico...?». Por su mirada me atrapó sensación de delincuente, pero disimulé y murmuré: «Sí sí, todos los días...». Sus ojos reflejaron un fastidio que indicaba algo así como «fíjate, qué pena, tan mayor y menuda manera de ganarse el pan...». Ambos, el vecino mañanero y el vespertino, coincidieron también en algo acaso más catastrófico. Los dos me explicaron que ya no escuchan, ni leen, ni miran las noticias porque todo se les antoja horroroso. No desean preocuparse y prefieren vivir como aquellos avestruces que (dato falso, por cierto), hunden su testa bajo tierra. Este fenómeno de auténtica desafección me huele que circula en gran medida. Ante los múltiples desacatos que nos rodean, escogen la ignorancia para no amargar su existencia. Vale, bien, perfecto, pero si seguimos por ese camino nos convertiremos en ciudadanos zombis susceptibles de mucha mayor manipulación. Si no nos informamos, no obtenemos las conclusiones que nacen de nuestro criterio, y no podremos enfrentarnos a los próximos desaguisados. Allá cada cual, pero luego que no lloren ni se quejen porque no vale un arácnido lamento tipo «ay, es que yo eso no lo sabía».