Auxilio social
Nunca positivo, siempre negativo», soltó sulfurado cierto entrenador holandés ante las preguntas de los periodistas deportivos que pretendían chincharle la mar de bellacos. Y así ... somos nosotros, los de la canallesca, siempre amarrados al lado negativo de la vida, siempre preparados para propinar la dañina dentellada, siempre dispuestos a dibujar otras muesca en la culata de nuestro revólver, siempre con el punto del caníbal hambriento que se zamparía a su mismísima madre si eso nos concediese una exclusiva. Qué malvados somos. Qué ganas de fastidiar al prójimo.
Ensoberbecidos sobre nuestras cómodas atalayas, cargados de una arrogancia entre urbanita y agropecuaria, borrachos a base del calimocho de la chulería, no vemos más allá de nuestras napias porque el universo más allá de nuestros ombligos apenas nos interesa. La alegre mocedad del 'Peugeot' que recorrió estas Españas nuestras pespunteadas de puticlubs de todas las categorías junto a la carreteras, o al menos tres de ellos, sólo intentaba redimir a las señoritas que fuman a deshoras, a las que se descarriaron porque sus entornos broncos nunca mostraron amabilidad con ellas. Sin redención no somos nada, y estos esforzados muchachos trataron de encarrilar las existencias marginales de unas mujeres equivocadas. En realidad, estos mozos apolíneos, el «barriguitas», el «pequeño» y el otro, que ya no recuerdo su mote, actuaban como un auxilio social que ayuda al desfavorecido, algo así como el ejército de salvación yanqui pero sin banda de música amenizando sus bondades. Hombre, unos filamentos de ánimo de lucro sí tenían, pero en fin, no iban a sobrevivir a base del aire, ¿no? Además, no olvidemos lo fundamental: les proporcionaban trabajos para que escapasen del vicio. Enternecedor. Y nosotros, sádicos ultraderechistas, a ver si abandonamos tanta mala leche, caray.
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