Incluso los más duchos en las artes interpretativas pueden fallar. Les acaba delatando un parpadeo cargado de tics, una mueca algo retorcida, una mirada que ... se pierde en el horizonte un par de segundos, un pie que se mueve efectuando repeticiones rápidas, unas manos que parecen funcionar por libre porque emprenden un frotamiento como de viejo usurero. Los mejores actores, los comerciales de labia profunda, los motivadores de cháchara hueca... a todos se les puede ver el plumero en un momento dado. A nosotros también, por supuesto.
Y los políticos, incluso los acostumbrados a vivir en la choza de la trola, tampoco escapan a esta suerte de fugas que nos permiten comprobar su estado cuajado de nervios. Tarde o temprano, la cara, en efecto, es el espejo del alma. Nuestras alegrías o penas se reflejan justo ahí, en nuestra expresión, en el chispazo o el amustiamiento de nuestros ojos. Y, ahora mismo, observamos muchos, pero que muchos nervios entre los miembros del gobierno. Se entiende. Supongo que duermen bajo el mimo de la tortilla de Lexatin y que desayunan mañanero batido de Trankimazin porque, desde luego, vivir estos días pensando lo de «¿saldré yo en los guasaps? Y, en ese caso, ¿qué dirá el jefe de mí?», equivale a soportar una tortura china del tipo gota a gota. Las sonrisas desdibujadas y como de Jocker en fase perdedora de Margarita Robles, alias «la pájara», nos indican que la procesión va por dentro. Los semblantes de la Montero, el Bolaños y la Alegría apuntan a una zozobra que les remueve las entrañas y les reconcome el alma. Están habituados a defender lo indefendible, cierto, y son verdaderos maestros en tal actividad. Pero ahora, por mucho que disimulen, lo tienen francamente mal. Si el algodón no engaña, el guasap tampoco, y encima desnuda la personalidad de los señoritos que desprecian a sus súbditos.
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