En las tinieblas de un garito bronco puede estallar el arrebato violento por múltiples motivos. Desde el «me has mirado mal» hasta el «me has ... empujado y casi se me cae el cubata», sin olvidar el «le has tocado el culo a mi novia». Esto último puede desencadenar batallas de guerra mundial, se lo aseguro. En los casos de estallidos furiosos, si el afectado opta por la sobreactuación, o sea por gritar como un endemoniado mientras masculla eso de «¡agarradme, que lo mato!», sólo conseguirá que el resto de los parroquianos se rían y le traten de payaso. Como mínimo. Sin embargo, si ese afectado opta por la contención, mira con ojos fríos y se encamina pausado hacia el que, presuntamente, mancilló su honor, entonces apártate porque ese tipo va en serio y sabe lo que se trae entre manos.
La charlatana y risueña tropilla de Sumar anda estos días en la fase «¡agarradme, que lo mato!» Están sobreactuando tanto que resulta imposible no tomárselos a chufla. Cuanta más indignación muestran, mayores carcajadas consiguen entre los espectadores. Están desilusionados, defraudados, desesperados, destrozados, desvaídos, yo qué sé. Gimotean, roturan sus mejillas escandalizados. ¿Cómo un gobierno progresista escondía peces gordos preñados de corrupción? Pues porque incluso en las mejores familias encontramos ovejas negras y patos mareados. Pero si tanto lamentan el brote corrupto que nos entretiene y les humilla, si tanto les repugna, lo tienen fácil: dejen ustedes de apoyar el sanchismo y márchense con dignidad para que caiga este gobierno desmochado. No lo harán. Demasiados cargos y sueldos en juego. Jamás renunciarán a esas canonjías inmerecidas, a esos bonitos chollos con los que nunca soñaron. ¿Abandonar la poltrona de la vicepresidencia? ¿Estamos locos o qué? Hasta ahí podíamos llegar, por favor. Agarradme, que lo mato.
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