La Torre de Babel de Valencia
El Cap i Casal demuestra que es una ciudad de oportunidades al crecer la inmigración con Marítimo, Rascanya y Ciutat Vella como zonas predominantes
Cada vez que sale el estudio demográfico por nacionalidades extranjeras en Valencia y observo un aumento de esa parte de la población, siento un puntito ... de orgullo. Así ha pasado con el último informe, donde se indica que los inmigrantes son ya 166.528 vecinos empadronados, un 19,7% de los que vivimos en el Cap i Casal.
Siento orgullo debido a la conclusión de que esta ciudad está llena de oportunidades. De otra manera no vendrían, lógicamente. Y la Torre de Babel que supone enriquece y mucho. De todos los continentes con un listado en Europa encabezado por los italianos, nuestros primos hermanos se podría decir, con 15.503 residentes. Es una cifra sólo superada por los colombianos, los primeros al alcanzar los 20.606 vecinos empadronados. En el otro extremo, los 250 japoneses o los 174 cameruneses, por citar un par de ejemplos.
Algunas posiciones son circunstanciales. Es el caso de los 10.207 ucranianos o los 7.923 rusos, una cifra inusual debido a la guerra que mantienen los dos países. También llama la atención el incremento de los estadounidenses, todavía pocos en el conjunto, pero ya algo representativos con un total de 3.233 personas residentes.
Marítimo, Rascanya, Ciutat Vella y Olivereta encabezan la mayor densidad de población extranjera. En algunos casos por ser distritos con pisos algo más accesibles dentro de la locura que suponen los precios inmobiliarios desde hace años, y en otros justamente por lo contrario. Es curioso el amor que tienen los norteamericanos por el centro y el Ensanche.
¿Supone la llegada de familias con más recursos que la media una alteración en el mercado inmobiliario? Algunos podrían decir que sí, pero como se ha visto en las últimas subastas de solares e inmuebles municipales del Cabanyal, las familias de aquí pagan barbaridades por vivir en ese barrio. En suma, no lo tengo claro, salvo algún segmento muy específico como las viviendas más caras en el centro.
Tristemente, una parte de la inmigración está relacionada con la marginalidad, al menos para parte de la opinión pública. Todos sabemos lo ocurrido en Orriols los últimos años a pesar de los esfuerzos de la asociación de vecinos para disociar los dos aspectos. Pero por lo demás, la integración es la nota dominante en toda la ciudad sin más contratiempos.
De todos gana la ciudad, más allá de los tópicos gastronómicos, aunque reconozco que el otro día me sorprendió pasar junto a un restaurante filipino. Sorpresa agradable, aclaro. Todavía recuerdo los años en que los restaurantes chinos era lo único exótico en Valencia.
La presencia de más o menos inmigrantes también es un indicativo de la salud económica de la ciudad. Unos años antes del Covid se produjo un declive en la estadística, que después de la pandemia se frenó para empezar una evolución al alza que de momento no tiene fin.
Por cierto, la última revisión del padrón arroja un balance de 844.424 habitantes. Sorprende el aumento tan llamativo de los últimos años. ¿Llegará Valencia a los 900.000 vecinos? Todavía falta mucho para eso aunque supondría aumentar en dos concejales el hemiciclo y llegar a 35 ediles. Otra cuestión es si debería llegar a esa cifra, debido al agotamiento del terreno urbanizable salvo algunos PAI como el de Benimaclet o el del Grao. La asociación de vecinos del primer barrio, por cierto, han presentado alegaciones para que se reduzca un 40% la edificabilidad. Consideran que hay muchas viviendas vacías en Valencia, lo que es estrictamente cierto aunque la última actualización de esa estadística tenga ya muchos años.
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