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Los caminos de acceso al ecoparque de Vara de Quart, junto a la V-30, se han ido consolidando poco a poco como un gran ... vertedero incontrolado. Básicamente, de residuos de obras. El contraste es evidente y vergonzante: junto a unas instalaciones públicas a las que puede acudir cualquiera para depositar objetos que no deben ser arrojados a los contenedores, montañas de escombros, sacos y más sacos de ladrillos partidos, baldosas arrancadas, váteres y lavabos destrozados, espejos, muebles... No es el único punto negro en esta categoría, ni mucho menos. En general, junto a las entradas de las principales autovías podemos encontrar otros basureros que crecen al margen de la ley y el orden. La tendencia es preocupante y apela tanto a la administración municipal -que debe limpiar lo que unos incívicos han ensuciado- como a la ciudadanía -que tiene que exigir medidas de fuerza para acabar con actitudes tan insolidarias-. Es muy inquietante comprobar cómo estamos maltratando nuestro paisaje. Hace unas semanas recorrí la conocida como carretera de El Saler, la CV-500, y volví a asombrarme, para mal, con el espectáculo de algunos campos delimitados por somiers, por no hablar de los plásticos que cubren las plantaciones pero que en algunas zonas presentan un aspecto descuidado, rotos, hechos jirones por el viento y la lluvia. En la Dehesa se acaba de tirar la Venta de los Toros -¡ya era hora!- pero ahí sigue el Sidi Saler esperando a no se sabe qué, triste imitador de un Algarrobico al que tampoco parece decidirse a meter mano la Junta de Andalucía. Frente al cementerio de Benimaclet, bien visible desde el carril bici de la vía xurra, la famosa «senda del colesterol», también ha ido surgiendo una especie de cutre-granja, en contraste con algunas intervenciones de rehabilitación de alquerías que merece la pena destacar e imitar. Pero son más los motivos para la crítica que para el elogio. Lo que ocurre es que con muchos de ellos nos hemos acostumbrado a convivir. Los cables y los contadores de la luz que recorren las fachadas de los edificios.Y da igual que sean VPO años setenta que caserones del siglo XVIII en la Ciutat Vella. Las omnipresentes pintadas, atentado al buen gusto. La no menos asfixiante publicidad ilegal en muros, persianas de comercios, señales de tráfico, semáforos... Las grandes vallas en los accesos. La ciudad, las ciudades, son de todos y a todos nos compete cuidarlas y hasta mimarlas. Máxime en regiones mediterráneas, calurosas, donde estamos habituados a hacer vida en la calle. El problema, en los municipios de l'Horta y en su entorno -incluyendo el parque natural de la Albufera- se ha agudizado por culpa de la dana. Que además de acabar con la vida de 228 personas y de anegar pueblos y polígonos, destrozó el paisaje de la comarca. No sólo por lo que arrasaron las aguas sino por los daños materiales que dejó tras de sí y que ahora se amontona en cementerios de coches y en vertederos al límite por la llegada de miles de toneladas extra. El diagnóstico no admite discusión, falta ver qué terapia aplicamos. Para empezar, unas concejalías y una conselleria que se ocupen específicamente del paisaje y que vayan adoptando medidas para acabar con los cables en las fachadas, los somiers, los plásticos rotos, las pintadas... O una de mis obsesiones (lo reconozco): el kiosco abandonado y ruinoso del Parterre, que supongo que están aguardando a que se caiga él solo, espero que sin pillar a nadie debajo. Aunque tal eventualidad -la de caerse sin que medie acción humana- puede tardar en ocurrir entre doscientos y quinientos años. La recuperación del paisaje debería ser una asignatura obligatoria. Siempre se ha dicho que la arquitectura es la más democrática de las bellas artes, la que está al alcance de todos. Y quien dice la arquitectura dice el urbanismo, nuestro entorno, el lugar donde vivimos. No nos resignemos, no nos acostumbremos a sufrir esas paredes pintarrajeadas o esos alcorques llenos de matorrales. Recuperemos nuestro paisaje, desterremos la fealdad, evitemos instalaciones y equipamientos mal diseñados y poco pensados. Vuelvo a acordarme de Muñoz Molina y de su triste advertencia: vamos a dejar una montaña de basura como legado para las generaciones venideras. Hagamos lo posible para que no sea así. No depende sólo de las autoridades, de los poderes públicos, que tienen su parte de responsabilidad pero no toda. También depende de nosotros, de nuestra conciencia. Empezando por no tirar los escombros donde no toca y haciendo uso de los ecoparques.
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