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Belvedere

Valencia no es socialista

Pablo Salazar

Valencia

Sábado, 17 de mayo 2025, 23:56

No sé quién está dirigiendo (ni siquiera si hay alguien dirigiendo) la campaña de Pilar Bernabé, la delegada del Gobierno que ya se ha lanzado ... a por la Alcaldía de Valencia cuando aún faltan dos años para las elecciones municipales de 2027 (se ve que la Delegación le deja mucho tiempo libre, a pesar de los numerosos asuntos pendientes del Ejecutivo sanchista con la Comunidad Valenciana, empezando, como es obvio, por todo lo relacionado con la reconstrucción del territorio arrasado por la dana). Y no me refiero, en cuanto a la dirección y orientación de la campaña, a su forma de defenderse de las acusaciones por su actuación -o, para ser más exactos, su no actuación- el 29 de octubre, que para eso ya está la jueza que instruye la causa, de la que no sería descabellado concluir que es su mejor abogada. Sino a eso que podríamos denominar como la filosofía política que inspira su discurso, que parece más dirigido a la militancia fiel que a la ciudadanía que la ha de votar. Porque hablar, como ya ha hecho en al menos un par de ocasiones, de recuperar «la Valencia socialista» puede ser entendido en esa clave, en la de movilizar a los afiliados al PSOE, a las agrupaciones, no así si de lo que se trata es de conseguir el apoyo electoral de los que se pasaron a Compromís -que, recordemos, es ahora mismo, por número de concejales, el segundo partido de Valencia ciudad- e incluso el trasvase de votantes del PP en los comicios de 2023. ¿De verdad espera conquistarlos con invocaciones al pasado socialista del cap i casal? Me temo que la candidata anda un poco desorientada. Le recomiendo que lea la entrevista de Jorge Alacid con Josep Vicent Boira, que publicó ayer este periódico. Especialmente este pasaje: «Valencia es muy vital y su vitalidad hace que no haya una visión dominadora». Es una ciudad «con muchas caras» y no existe «una sola palabra para definirla», añade el catedrático de Geografía urbana y comisionado del corredor mediterráneo. Ricard Pérez Casado -probablemente el alcalde con una concepción intelectual más nítida de lo que quería para Valencia- lo tuvo claro y se centró en el concepto de la ciudad mediterránea como un aglutinador de sensibilidades muy diversas. Un foco de atracción, no de exclusión partidista. No le recuerdo esgrimiendo la bandera de la Valencia socialista, aunque Bernabé lo citara recientemente como modelo a seguir. En el otro lado del arco parlamentario, tampoco Rita Barberá ni, al menos de momento, María José Catalá, han tratado de identificar la ciudad que dirigía la primera y lo hace en la actualidad la segunda con la ideología de su partido. No hay una Valencia conservadora dominante, aunque la derecha haya gobernado el Ayuntamiento durante 26 años (y al menos dos más por delante) y la izquierda sólo 20. Barberá lo entendió en sus cuatro primeros mandatos, entre 1991 y 2007, los de la expansión y el cosmopolitismo (me resisto a hablar de el gran salto adelante, cuyo copyright es maoísta), pero dejó de entenderlo tras el éxito de la Copa América, cuando se creyó que la ciudad era ella, como un rey sol urbano, iniciando el periodo de decadencia (2007-2015). La izquierda, tal vez por la herencia fusteriana de la que no consigue desprenderse (ni, al parecer, lo pretende) es más propensa a este error de raíz. «El País Valencià serà d'esquerres o no serà», sentenció el de Sueca. Un visionario... Cuando precisamente lo bueno de Valencia es ese carácter indefinible, un tanto anárquico y alejado de visiones totalizadoras de las ideologías de un signo o del contrario. Por eso los debates urbanos son tan apasionados, sin dueño aparente. Y las iglesias sobreviven con pocos fieles mientras el día del Traslado hay tortas para sacar a la Virgen. Y ni siquiera con el fútbol conseguimos ponernos de acuerdo como sí hacen en Bilbao con el Athletic, una especie de religión civil. Para lo bueno y también para lo malo, Valencia no es unidireccional sino que combina, a veces mejor y otras veces peor, tradición y vanguardismo, individualismo y colectividad, ruralismo e internacionalización. Haría bien en asumirlo la delegada más de Sánchez que del Gobierno si de verdad quiere ser algún día alcaldesa de Valencia. Dudo que en caso contrario cumpla su sueño. Y si lo hace, a lo más que podrá aspirar es a ser una Ribó II, el alcalde de los suyos, el que sólo iba a los actos que le eran afines (muy pocos, dicho sea de paso), el de la Valencia introspectiva, ensimismada, dejada a su suerte. Y con Ribó I ya tuvimos más que suficiente.

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