El triunfo de la mediocridad
Ser ministro o presidente de una comunidad autónoma se ha puesto muy barato, a precio de saldo, casi tanto como triunfar en una tertulia televisiva
¿Es mejor la sociedad española que su clase política? La pregunta es pertinente por varios motivos. Lo es porque el 'casting' del PP para ... sustituir a Mazón -que tampoco es que fuera Churchill o Adenauer, o, por venirnos al territorio nacional, Suárez o Fraga- es poco alentador. Lo es porque lo que hay enfrente, en la oposición, no sólo no mejora el 'casting' sino que lo empeora. Y lo es porque los escándalos que rodean al Gobierno sanchista y la propia composición del Ejecutivo (con Pilar Alegría, Óscar Puente, Ángel Víctor Torres y compañía) vienen a demostrar que la mediocridad -incluso la vulgaridad, en todos los sentidos- se ha instalado entre los dirigentes de los partidos. Ser ministro, como ser presidente de una comunidad autónoma, se ha puesto muy barato, a precio de saldo. Si Irene Montero o Pilar Alegría han llegado a ser ministras, es que puede serlo cualquiera. Vale, de acuerdo, pero ¿es mejor la sociedad? Sí y no. Es cierto que fuera de la política sí que se pueden encontrar casos de excelencia que en los hemiciclos y en los despachos oficiales ya no abundan. Sea en el ámbito de la cultura, los espectáculos, la ciencia, el deporte, la empresa... Pero en su conjunto, analizada globalmente, la sociedad española no es mucho mejor que su clase política sino que la una es un reflejo de la otra. Un ejemplo: contraportada de El País del lunes 3 de noviembre. Junto a una vomitiva columna de Luis García Montero (¡ay, los estómagos agradecidos, la de sapos que se han de tragar!) elogiando el libro que ha escrito Nadia Calviño, una entrevista con Sarah Santaolalla, a la que se presenta como «analista política». No es tal cosa, es una activista de izquierdas al servicio del Gobierno, como García Montero (tal vez por eso los juntaron en la misma página...). O como Gonzalo Miró, del que hablaremos otro día. Una provocadora cuyo mayor mérito es carecer del mínimo conocimiento exigible para hablar y opinar de asuntos serios, que vive de la bronca y el escándalo, del ruido. Recuerden siempre a Zapatero: nos conviene que haya tensión. No es un caso único el de esta chica, es un 'modelo' cada vez más extendido en las tertulias televisivas, que han copiado lo que se viene haciendo desde hace años en las futbolísticas. Pero si esos personajes están ahí, si los llevan a los platós, es porque los telespectadores los ven. Al igual que siguen en las redes a 'influencers', 'youtubers' o 'tiktokers' indocumentados y cuyas ocurrencias asumen y siguen al pie de la letra como si fueran palabra de Dios. ¿Es esa sociedad inculta, aburrida de sí misma, decadente y aborregada mejor que su clase política?
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