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Belvedere

La tortilla de Urtasun

El problema del populismo «descolonizador» no es sólo su demagogia sino su absoluto desconocimiento de la historia

Pablo Salazar

Valencia

Domingo, 2 de noviembre 2025, 00:02

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, dice que lo de Albares está bien, que es un primer paso, pero que sigue esperando una respuesta de ... España a la carta que su antecesor en el cargo, Andrés Manuel López Obrador, dirigió al Rey Felipe VI en 2019 y en la que exigía «una forma de perdón por las atrocidades del pasado». El viernes, José Manuel Albares, ministro de Exteriores, indicó que en la historia entre México y España hubo «dolor e injusticia hacia los pueblos originarios». Remover y recordar este asunto conviene sobre todo al populismo indigenista de izquierdas, que pone al colonialismo español como causa de todos los males que afligen a sus países. Nuestra economía va mal, les explican a sus compatriotas, pero es porque los españoles se lo llevaron todo, el oro y la plata. Nuestras democracias son débiles, se justifican, pero no es porque nosotros seamos unos pésimos dirigentes sino porque los españoles no nos inculcaron una cultura de la libertad. Siempre hay algo de lo que culpar a España. Que, recuerdo, se marchó de América en el primer tercio del siglo XIX, hace ya doscientos años, tras las guerras de la independencia. Tan sólo quedó Cuba, de donde tuvimos que salir -mejor dicho, nos tiraron los yanquis- en 1898. En esta estrambótica reclamación de perdón, los dirigentes populistas mexicanos cuentan con el respaldo de los no menos populistas políticos españoles de la extrema izquierda, los de Podemos, Sumar y ahora también del radicalizado PSOE sanchista. El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, por ejemplo, es un convencido de la necesidad de «descolonizar» los museos, es decir, devolver las pìezas que exhiben algunos centros de cultura a su lugar de origen, así como retirar cualquier obra que pueda resultar ofensiva para la sensibilidad de los pueblos colonizados. La tesis de los unos y de los otros, de los populistas de allí y de los de aquí, es que España cometió un genocidio en América tras la llegada de Cristóbal Colón (no les gusta hablar de «descubrimiento») y la posterior colonización. Dicho genocidio se habría producido al llevar consigo los españoles enfermedades, virus, desconocidos en aquellas tierras y que acabaron con gran parte de la población. Acción -conviene matizar- que no fue premeditada sino que simplemente ocurrió. El descubrimiento de otras regiones, la invasión de territorios cercanos, ha sido la norma de la historia de la humanidad. España no inventó nada, sencillamente fue la primera en llegar. Lo que vino después no puede resumirse en el simplismo de que todo estuvo mal ni en la respuesta que el nacionalismo hispano ofrece: todo estuvo bien. Se cometieron errores, se explotó a los nativos, se intentó obtener el máximo rendimiento de sus bienes naturales, sí, todo eso es cierto. Como lo es que se construyeron hospitales, universidades y ciudades con una arquitectura que siglos después perdura y contrasta con el escaso legado material que otras potencias coloniales dejaron allí donde se expandieron. Llevada al extremo, esta tesis populista impediría que hoy habláramos nuestras lenguas, porque los romanos no deberían haber salido de la península Itálica. (Por cierto, de los invasores árabes que desembarcaron en el 711 y no fueron expulsados hasta el siglo XV nunca dicen nada). En esta columna ya hemos comentado en alguna ocasión los libros de Marcelo Gullo que desacreditan las excentricidades de la izquierda. Por su parte, Borja Cardelús relata minuciosamente en 'América hispana' la inmensa herencia que dejaron los colonizadores, y que va desde lo ya apuntado a las fiestas, la gastronomía, la música... Además, claro, de la lengua y la religión. Por último, Juan Miguel Zunzunegui, en 'Al día siguiente de la conquista', abunda en esta corriente que defiende el papel que desempeñó España. En una entrevista con ABC nos regaló un titular insuperable (mérito también del periodista, Manuel P. Villatoro): «Urtasun debería dejar de comer tortilla de patata, no hay nada más colonizador». Y es que, en efecto, la patata llegó a Europa tras el descubrimiento. Como a América lo hicieron animales domésticos (y con ellos, su carne) hasta entonces desconocidos por los nativos. Las dos civilizaciones se encontraron, se conocieron y, a la larga, se enriquecieron. Como también se embrutecieron, que de todo hubo. Es fácil de comprenderlo, ni todo blanco ni todo negro. Aunque un comunista como Urtasun, con la empanada que lleva, es difícil que entienda lo de la tortilla de patata.

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