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No quisiera ponerme demasiado tremendista a partir de la situación de un club de fútbol. Que como decía aquel (no sé quién fue) no son ... más que once tíos en pantalón corto corriendo detrás de un balón. Si la tragedia del 29 de octubre nos enseñó algo -que supongo que no, como tampoco aprendimos nada con la pandemia- es que hay asuntos realmente importantes y otros que no lo son en absoluto. Además, no comparto el sentimiento trágico de la vida de quienes hacen de la bochornosa situación deportiva del Valencia CF un obituario de toda la sociedad valenciana, de la Comunitat (nombre oficial desde los tiempos de Camps, así, sólo en valenciano) o comunidad, o reino, o antiguo reino, o país, no nos vayamos a poner estupendos a estas alturas por el nombre de la cosa. Hasta la maldita dana, Valencia iba bien o Valencia iba mal, según con quien hablaras, con independencia de que el club que compró un millonario de Singapur marchara más arriba o, en este caso, muy abajo en la tabla de clasificación de la Liga. Lo que sí que digo es que hay gestos o anécdotas que reflejan una enfermedad, el síntoma de un mal. El diálogo entre el delantero valenciano Ferran Torres -que juega en las filas del FC Barcelona-y el georgiano Giorgi Mamardashvili -que milita en el Valencia- al finalizar el patético 7-1 del domingo es un indicador no sólo de por qué el club de Mestalla está donde está sino también, tal vez, de por que Valencia no acaba nunca de cuajar, no llega a lo que presuntamente aspira y se consume en un cainismo depredador. «¿Por qué no te fuiste este año?», le preguntó el de Foios al guardameta. Como diciendo... Y todos lo entendimos perfectamente. ¿Quién quiere quedarse en un equipo a la deriva, en una entidad permanentemente convulsa? ¿Quién, si tuviera un hijo futbolista profesional, no le recomendaría que se marchara, que cambiara de aires, que se buscara la vida en otras latitudes? Claro, es perfectamente comprensible. Casi tanto como la lógica dineraria de aquellos que vendieron sus acciones a Juan Soler, en una operación que ahora se pretende olvidar pero que está en las hemerotecas para quien quiera recordarla. Lo de Ferran Torres -«¿por qué no te fuiste este año?»- dice mucho de nosotros, de lo que somos y de dónde estamos. No culpo de nada al delantero blaugrana, me limito a constatar lo que hay, la desafección hacia lo propio, la desubicación entre los dos grandes focos nacionales, Madrid y Barcelona, la ausencia de un proyecto que ancle en su tierra a los jóvenes e impida su emigración, sean futbolistas, cineastas, científicos o artistas.
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