José Manuel García Margallo, ex ministro de Asuntos Exteriores, participó el martes en el congreso sobre el Santo Cáliz que se ha celebrado en Valencia. ... Su intervención, de la que he leído un resumen, me ha resultado reveladora. Destacó que el Grial es una de las reliquias más importantes de la cristiandad, «un símbolo para toda Europa y para la civilización cristiana occidental». Procedente de la corriente democristiana, Margallo comentó que se trata de un objeto que simboliza la europeidad, «la idea común de Europa, de unidad, de una cultura, una lengua, una religión compartida, que es lo que permitirá hacer una organización compartida y jurídicamente vinculada». Me imagino que a estas alturas habrá quien estará pensando, incluso verbalizando: «Ya están los cristianos del PP con sus obsesiones y con su manía de meter la religión en todas partes». ¿Y por qué no?, me respondí a mí mismo como si lo estuviera haciendo ante los potenciales ofendidos. Como traté de explicar en una mesa redonda en el mismo congreso -en la que tuve el privilegio de participar junto a representantes de otros tres medios de comunicación-, el paso del tiempo y las nuevas costumbres sociales han conseguido desacralizar el Camino de Santiago y la Semana Santa, la Ofrenda a la Virgen y el Rocío, las primeras comuniones y las bodas por la Iglesias. Los niños comulgan sin que sus padres practiquen, los jóvenes se casan y van ese día a misa tal vez por primera y última vez en su vida. En las cofradías y en las comisiones desfilan personas que el resto del año se olvidan de la religión. Y el Camino no es, para muchos, más que una experiencia turística o un reto deportivo en el que sacarse selfies para compartir las fotos en las redes sociales. Ahora bien, pensar en el Santo Cáliz desprovisto de su componente cristiano es de locos. O de una sociedad, la occidental, acomplejada y timorata. Aburrida de sí misma. Decadente. Me gustó, decía, la ponencia de Margallo por ser valiente pero con contenido, sin bravuconadas ni brindis muy sentidos dirigidos al respetable cuando uno no está dispuesto a arrimarse al morlaco. Nada que ver con esa derecha que hace del estrambote su imagen de marca. El himno de la Legión en la Feria de Julio, por ejemplo. Serà precís? Tiene que haber, y de hecho lo hay, un término medio entre la radicalidad y no la moderación, porque no es moderación, sino la rendición, la dejación de funciones, la omisión imprudente y casi dolosa. En el PP conviven ambas actitudes, la de los combatientes reflexivos que pertrechados de argumentos y oratoria se lanzan al combate y la de los que se quedan escondidos en la trinchera viendo cómo caen las bombas a su alrededor y rezando para que una de ellas no impacte sobre su cabeza. Durante el Gobierno de Rajoy -donde, es cierto, fue ministro García Margallo- vimos más de lo segundo que de lo primero. Luego vino la etapa Casado, marcada, entre otros dislates, por el ajusticiamiento en la plaza mediática de Cayetana Álvarez de Toledo, representante del sector desacomplejado. La parlamentaria que cada semana saca los colores al sanchismo. Y ahora, con Feijóo, estamos en la fase de 'un pasito pa'lante, un pasito pa'trás', queriendo ampliar la base electoral por el centro al tiempo que se mira por el retrovisor cómo se aproxima Vox. Y sintiendo el aliento en la nuca de Ayuso, a quien acompaña un Miguel Ángel Rodríguez al que no catalogaría de soldado valiente sino de suicida. ¿Y en Valencia, qué? Pues de todo hay en la viña del Señor. La dana ha noqueado al partido, que durante un año ha estado como el boxeador que se sostiene contra las cuerdas del ring hasta que al final besa la lona. Veremos las nuevas caras, el nuevo Consell. Algunas actitudes, de los que llegan y de los que se fueron, no vaticinan nada bueno. Pensar que yendo primero a la casa de tu enemigo -el que te despelleja cada día porque está en su ADN- te vas a ganar su indulgencia es de una ingenuidad infantil que sería digna de conmiseración si no fuera porque llueve no sobre mojado, qué va, sino sobre inundado. Nunca peor dicho. Imposible no acordarse de Federico y su mote, los «maricomplejines», destinado a aquellos dirigentes de la derecha que no son capaces de superar las trampas que les tienden sus rivales de la izquierda, aceptando sus tramposas reglas del juego. Empezando por jugárselo todo en campo contrario.
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