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No recuerdo, y he vivido unas cuantas (primero como aficionado y luego como periodista), celebración alguna del Valencia CF o del Levante UD (por un ... título en el caso del primero y de ascenso en el del segundo) que haya pasado por la Delegación del Gobierno en la Comunidad Valenciana. El trayecto siempre era el mismo: la Basílica de la Virgen, el Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento. Me atrevería a decir que tampoco los éxitos del Valencia Basket -tanto del masculino como del femenino- han hecho parada y fonda en la plaza del Temple. Y es más: tampoco me viene a la cabeza que ningún equipo de fútbol de España haya hecho partícipe al delegado o delegada del Gobierno en su respectiva autonomía. No, desde luego, el FC Barcelona ni el Athletic de Bilbao, aunque en estos casos por razones estrictamente políticas, de imposición del discurso nacionalista. Pero tampoco el Madrid o el Atleti, el Sevilla o el Betis. Hasta el lunes. Ese día, la cabalgata festiva del club granota no sólo visitó el Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento sino que también acudió al palacio del Temple, donde les esperaba una eufórica Pilar Bernabé, seguidora granota y candidata a la Alcaldía de Valencia. Que no dudó en aprovechar la institución que gestiona para hacer campaña. Sé, porque lo sé, que me van a contestar que no fue la Delegación quien lo impuso sino que todo obedece al deseo del Levante por quedar bien con la delegada y seguidora. Como también puedo anticipar que alegarán que además de incorporar la visita a su sede se introdujo otra novedad, la de la Diputación provincial. Pero todos sabemos que son excusas no malas sino pésimas. La Diputación se metió con calzador para justificar el paso por la Delegación. Y esta parada no tiene ni pies ni cabeza. Lo lógico es ofrecer el título -o, en este caso, el ascenso- a las administraciones del territorio más próximo, que son la local y la autonómica, no a la extensión u oficina del Gobierno central en una región. El único motivo para hacerlo es que Pilar Bernabé es levantinista. Pero sobre todo, que está en campaña. Una campaña desesperada y en la que tiene que superar primero a Compromís y luego al PP, lo que se adivina como un reto complicado. Pero que cuenta no sólo con el equipo de opinión sincronizada y con los estómagos agradecidos que están esperando que la izquierda recupere el poder porque les van en ello prebendas y subvenciones. Sino con todos los recursos de las instituciones puestas a su servicio. Sin ninguna vergüenza, sin el menor recato. Porque al fin y al cabo consideran que son suyas, que les pertenecen por derecho.
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