Educar contra la ansiedad
En los últimos años, los problemas de salud mental en los adolescentes están modificando el perfil tipo del alumnado absentista
PABLO ROVIRADELEGADO DEL PERIÓDICO MAGISTERIO EN LA COMUNITAT
Lunes, 16 de junio 2025, 23:22
Las bajas laborales por motivos de salud mental, escribía El Mundo recientemente, se han duplicado en los últimos cinco años. El absentismo laboral preocupa cada ... vez más, porque a la dificultad de encontrar trabajadores en algunos sectores, sea por falta de cualificación, sea por las condiciones ofertadas, se suma el crecimiento de las ausencias diarias en el empleo. Muchos resolverán el asunto apelando a una renovada tendencia al escaqueo, pero es un análisis simplista pensar que el fenómeno se justifica así por entero, despreciando, sin ir más lejos, los ecos de una pandemia mundial que dejó muertes y también cambios sociales.
La muestra de que no es simple picaresca es que el impacto creciente de la salud mental no es exclusivo del ámbito del empleo. En lo que nos ocupa, que es la educación, es evidente su tendencia al alza. Los casos se multiplican y la intervención pública y escolar en el asunto cobra mayor protagonismo en el día a día de los colegios.
Tanto es así que las causas de salud mental explican cada vez más el fenómeno del absentismo escolar. Ha habido un vuelco que ya ha modificado el perfil arquetípico del absentista. Las fobias sociales, el rechazo al sistema y los traumas personales y familiares han creado una nueva figura del alumno que no es que no quiera ir al colegio, sino que no puede.
La ansiedad es el síntoma postpandémico principal y la causa de este nuevo tipo de absentismo. Y no solo del absentismo. Crece en la escuela, como crece en el empleo y, en definitiva, crece hacia cualquier lugar que observemos.
Sobre las razones, hay quien las encuentra en el modelo de sociedad y hay quien en las carencias educativas del carácter. Para los primeros, vivimos en una época narcisista, de la culpa, de las prisas y de pretender llegar a todo sin abarcar realmente nada. Para ellos, la pandemia no fue una causa sino un interruptor que activó algo latente, una forma de vida digital y deshumanizada.
Para los segundos, el establecimiento de límites y la tolerancia a la frustración no son los criterios más relevantes en el modelo de paternidad -y educativo- imperante, y eso genera adolescentes con cimientos frágiles, poco autónomos y que sufren una socialización digital que incrementa sus dificultades adaptativas.
Es atrevido decantarse por una u otra explicación, máxime sin ser experto. El resultado se intuye una mezcla de todo: una sociedad hiperconectada y en permanente búsqueda de identidad que no ha encontrado la respuesta educadora necesaria para hacerle frente. Insisto, el fenómeno es intergeneracional, aunque aquí nos centremos en los adolescentes. El consumo de fármacos se dispara, los suicidios aumentan y el absentismo crece en todas las edades.
Es un reto para el mundo educativo construir el currículo para esta nueva necesidad que no va de lo que diga PISA sobre lo que saben en Matemáticas o Ciencias. Una asignatura para la que no hay horas -Tutoría es un cajón de sastre- ni especialistas suficientes. Una crianza nueva con parámetros diferentes a la propia crianza. El esfuerzo que el sistema educativo está haciendo para este desafío es enorme, ¡pero tan condicionado por la propia estructura administrativa de la escuela!
Y el caso es que la palabra bienestar y autocuidado está más presente que nunca y les acusamos de hedonistas y narcisistas. Así que empiezo a dudar si la cuestión no es que no prioricemos el bienestar, sino que lo confundimos con la felicidad y por eso es posible que en la época de la abundancia nos sintamos más desdichados, solos o inadaptados.
Ni vivimos ni educamos para ser felices.
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