Entre el 9 d'Octubre y la Hispanidad
Hay diferencias entre la elección de las lecturas escolares: en Castellano se priorizan autores españoles mientras que en Valenciano se insiste en incluir registros ajenos al entorno
Estas fechas son culturalmente curiosas, porque en un mismo puente conmemoramos los dos eventos históricos que definen, a los valencianos, nuestra dualidad. A modo de explosión e implosión, respectivamente, el Día de la Hispanidad y el 9 d'Octubre marcan nuestra herencia, y para algunos, esa riqueza es una ley en mármol.
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El nacionalismo local se suma a la corriente de identificar la llegada española a América como un genocidio, y , sin crítica, alaba la conquista de Jaime I como fundacional de una protoconciencia de los 'Països Catalans', en sus múltiples versiones más o menos explícitas. Siempre me ha sorprendido esta doble vara de medir ético-histórica. El resultado de la llegada de Aragón a estas tierras es comparable con la colonización anglosajona del norte del continente americano. Todavía existe el quechua donde aquí no hubo supervivencia del árabe, o al menos su presencia es actual y por otras causas; nuestro orgullo de la relevancia del Llibre del Repartiment no oculta su semejanza, negro sobre blanco, del actuar de los piratas a la hora de trincar el botín del saqueo a los vencidos. Soy Rovira, es probable que algún antepasado le birlara la casa a un 'moro'.
No cito lo anterior con afán flagelante, sino por destacar que las valoraciones del pasado ocultan las diferencias ideológicas del presente. De entonces nos llega nuestra dualidad lingüística, con similar veteranía en este territorio. Entre las dos lenguas, hay un aprecio distintivo por el valenciano, se hable o no, aunque sea por ser nuestra propiedad singular en el mundo. Pienso que a la posición mayoritaria sobre la lengua le es indistinta la unidad, y se ubica en la denominación. Que en un mundo en el que todo es fluido y auto elegido, se pretende que la lengua -el mayor constructo social porque hablar solo es de locos-, sea dogma y la gente no defina lo que habla como quiera.
Todas estas polémicas se abocan a la escuela. Los currículos se redactan en conjunto, pero la realidad distingue la pragmática escolar de ambas lenguas. Mientras Castellano, en sus etapas superiores, se enfoca a la comprensión lectora y expresión escrita, al comentario de texto, Valenciano, en principio equivalente, no renuncia a sus contenidos sociolingüísticos que insisten en un victimismo lingüístico interesado.
Otra diferencia notable: en Castellano, la preeminencia con los autores españoles se revela en las lecturas obligatorias o en la Selectividad. De los once premios Nobel de Literatura en castellano, hay más sudamericanos que españoles. Sin embargo, el Conde Lucanor o García Lorca son mucho más comunes en nuestras aulas que Cien años de soledad. En cambio, ocurre lo opuesto con Valenciano, donde se insiste en la visión aglomerada de la literatura en catalán. Sin ir más lejos, en las dos convocatorias de 2025 figuraban sendas preguntas sobre la autora catalana Mercè Rodoreda.
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No soy de prohibir y más de dejar a los docentes. No obstante, la intención de la Conselleria de priorizar los autores valencianos frente a los catalanes tiene suficiente lógica para aceptar un debate. En el fomento de la lectura las posturas fluctúan entre recomendar los clásicos o lecturas más afines y actuales que acerquen y no alejen a los adolescentes de los libros.
La tendencia es la de sacrificar cultura por facilidad, que leer sea un placer y no un sobreesfuerzo intelectual. Y, acaso, el Quijote se reescribe actualizado.
Por el contrario, la insistencia en autores catalanes, con un registro ajeno al entorno de nuestro alumnado, va en camino contrario, y no favorece el amor por la lengua.
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La lección histórica está ahí: la caída del latín a favor de las lenguas romances a medida que se alejó la lengua culta de la realidad de las personas. Por qué cambiar la calle, y no los libros.
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