La dieta mediterránea es un mito y no hay más que ver la proliferación de establecimientos con comida para llevar o los 'sherpas' urbanos que ... te la llevan a casa. Avanzamos hacia la tendencia norteamericana de que comer mal sea más barato que comer bien, porque el tesoro ya no son los ingredientes, sino el tiempo. Por el contrario, con tanto influencer dedicado con ahínco a convencernos, lo saludable ya no es la dieta mediterránea, sino meter proteínas a cualquier alimento. Comemos deprisa y en plástico, y solo la voluntad de dedicarle tiempo a lo contrario evitará que comamos más deprisa y más envasados.
El Gobierno ha aprobado una nueva regulación de los comedores escolares que va en la línea de reducir fritos y productos procesados y aumentar el consumo de frutas, verduras y pescado. También regula las máquinas expendedoras que, con una moneda, te vomitan azúcar y saborizantes. Todo esto es fantástico y entiendo que nadie se opondrá. La escuela es, como insistimos tanto, el espacio público, y garantizar la calidad de la alimentación infantil reduce las diferencias que se producen en las familias. El niño también se alimenta en casa y nadie regula, ni debe regular, cómo lo hace.
Por eso mismo, ya no solo es importante por los criterios nutricionales y todo esto, sino porque la escuela también puede asumir la educación del gusto. Al final, de eso se trata y solo así se promociona una buena alimentación a la larga. Sé que suena optimista en exceso al ver algunos menús escolares, pero probar distintas texturas, ingredientes y técnicas es educación para la salud. En esto, también, las diferencias socioculturales son enormes.
Bien es cierto que el tema sale de manera recurrente, y seguro que, buceando entre las normativas autonómicas, encontramos regulaciones similares. Es un tema que salta a la actualidad de vez en cuando. Recuerdo, por ejemplo, el intento del conseller Font de Mora de dar transparencia en la contratación de los cáterings, la medida postcrisis sobre el tupper de casa de la consellera Catalá o aquella efímera portavoz educativa del primer Podemos proponiendo como gran revolución escolar dar un zumo de naranja a los escolares todos los días.
La norma también incide en atender las singularidades de dietas religiosas e intolerancias. Sobre estas segundas, es un aspecto cada vez más importante por su incidencia creciente. Lo primero no debería hacer falta una regulación, sino debería ser costumbre, si bien merecería un artículo específico por el contraste con cómo se diluye la abstinencia en Cuaresma, incluso en los colegios católicos.
Eso sí, el nuevo real decreto pone negro sobre blanco que todos estos buenos deseos no tienen que suponer un incremento del precio para las familias, y es aquí donde la acción se convierte en deseo. Lo he escrito al principio: ya es más barato comer mal que comer bien, por lo que será difícil que los niños se alimenten mejor al mismo coste.
Porque esta es la realidad: los precios del menú escolar público llevan congelados años o han crecido muy por debajo de la inflación. Cualquier ciudadano sabe cómo ha crecido su cesta de la compra y el sobreesfuerzo que le supone mantener la calidad de los ingredientes. ¿Por qué alguien cree que será diferente para las empresas que alimentan a nuestros niños?
La manía del Estado del postureo normativo es particularmente grave en la Administración central, que regula pero no gestiona. Elevar la calidad de los menús escolares requiere presupuesto, y si no lo ponen las familias serán las comunidades autónomas. No se come mejor más barato.
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