Comienza el último tramo de un curso atribulado. Pasado el último puente, se acerca el fin de la tercera evaluación, las recuperaciones y las notas ... finales, para ya pensar en el verano.
Me voy muy lejos, no obstante, porque en este mes y medio en Infantil y Primaria los calores y el cansancio hacen el curso pesado; en Secundaria, a los renqueantes todavía les queda un último esfuerzo para salvar asignaturas, ya que con la Lomloe lo de tener que salvar el curso es excepcional, mientras los que ya han desconectado ya tienen menos casillas en el calendario que tachar; en Formación Profesional andan con las prácticas y, por último, en Bachillerato es hora de apurar esfuerzos para rascar las últimas décimas, sea en Primero, que todo cuenta, o encarar el obstáculo final del Selectivo.
Confiemos en que solo quede este sobreesfuerzo académico y que los docentes, al menos, puedan cumplir sus plazos. Publicaba ayer Las Provincias que este curso se han perdido 13 días de clase, que pueden parecer pocos, aunque cuantitativamente sean el 8% de los días lectivos. No solo ha sido cosa de contarlos, sino que su impacto ha afectado a fechas de exámenes, evaluaciones y demás programaciones de los centros, por lo que el profesorado ha ido, está yendo, volviéndose loco este curso. Por si faltaba algo, el adelanto de las oposiciones será la puntilla para desbaratar la última planificación.
Si este caos imprevisto no provoca consecuencias visibles es por dos motivos. El sistema es adaptativo, capaz de amoldar por lo menudo los resultados a los procesos, de tal forma que las calificaciones serán similares se haya dado más o menos temario, el aprendizaje sea mayor o menor, que otros años. En segundo lugar, el sistema, en lo macro, es opaco, así que este curso será como cualquiera y la sociedad seguirá sin recibir cuentas de cómo ha ido el año. Quizás dentro de un trienio notemos, para especialistas, una mínima fluctuación en las estadísticas futuras, pero no pasará de ahí ¿Recuerda el lector que el último informe PISA dio un repaso a las escuelas occidentales? Pues aquella ola ya pasó y sigue la calma.
Desde la pandemia, como quien dice, no hay curso tranquilo y el principal cambio ha sido el darnos cuenta de la necesidad de reforzar la educación emocional de nuestros adolescentes. Es difícil decantarse si es una nueva necesidad o es que nos habíamos olvidado de esta vertiente de la formación integral, pero los esfuerzos en el lustro han ido por ahí. Algo muy positivo porque muchos escolares están sufriendo, sea por la presión digital externa, sea por la falta de herramientas personales, tanto da.
Sin embargo, el retroceso académico también lo conocemos, aunque no se encara con la misma contundencia. O sí, que es la pretensión escrita de la LOMLOE, pese a que muchos la vemos no como una ayuda ascendente sino como una losa añadida que hunde aún más. Está el PROA, que sabemos que funciona, y el anuncio tibio de refuerzo matemático nacional. No hay tensión suficiente.
Este curso será de nuevo de los que hacen mella, no de los que sanan, pues si de manera general se han perdido trece días, qué decir del alumnado afectado por la dana, entre cierres y traslados. Lo que intuimos no lo medimos y así lo olvidamos.
En este fin de curso los chavales bien saben que tienen que apretar los dientes, pero quizás el sistema educativo también tendría que hacerlo y plantear nuevas alternativas de refuerzo que cicatricen las heridas académicas del pasado y las nuevas. Un planteamiento general, pongamos que autonómico, que al menos demuestre que nos importa el deterioro del aprendizaje.
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