Cuando aprendí mecanografía, lo hice con una máquina de escribir que parecía de gimnasio; debía aporrearla para que la tinta se incrustase en el papel. ... Ya había ordenadores, claro, pero el profesor me dijo que, para automatizar los movimientos, de eso se trataba, porque escribir a máquina es no pensar que estás escribiendo a máquina, eran mejor estos rudimentos ya desaparecidos que los novísimos ordenadores. Supongo que ahora la mecanografía sí se teclea en el portátil, incluso habrá aplicaciones que enseñan, pero aquel argumento me pareció sensato.
Un nuevo estudio -y van muchos- revela que los alumnos que usan poco la tecnología en clase sacan ventaja a quienes la usan todos los días, lo que me trae a la memoria mi experiencia con la mecanografía, si esta es la misma que la que pasan estos estudiantes. Hay conocimientos que se adquieren mejor con el papel, o con una didáctica analógica, donde lo digital tiene su rol pero no un monopolio. La conclusión no es nueva, ya se reveló en la evaluación que hizo el Ministerio sobre el costosísimo plan Escuela 2.0 de Rodríguez Zapatero que llenó de portátiles las aulas españolas: «No parece que la extraordinaria inversión en equipamiento informático llevada a cabo en los centros educativos en el periodo de estudio (2009-2012) haya revertido en un mejor rendimiento académico. De hecho, el número de ordenadores por alumno en 2012 ejerce un efecto significativo y negativo sobre la nota en Matemáticas para todos los alumnos». Cosas de la hemeroteca, el tiempo vuelve a dar la razón a Font de Mora, el conseller que se negó a que la Comunitat Valenciana participara de aquel despropósito... con la oposición de todos.
De hecho, el marketing educativo ya no insiste en este punto, al igual que los anuncios de coches ya no destacan su velocidad sino su bajo consumo. Eso de meter todos los libros de texto en una tableta digital ya no atrae tanto a las familias. Incluso, algunas autonomías, como es el caso de Madrid, avanzan en la limitación, como poco, del uso de la tecnología en determinadas etapas.
Sin embargo, como señala el catedrático de Sociología de la Educación, Mariano Fernández Enguita, «la escuela será digital o no será». Frente a los que piensan que la educación debería ser un oasis analógico que da de beber el agua de la sabiduría a nuestros escolares frente a los peligros inciertos del desierto digital, esta perspectiva acusa que no sería ningún oasis sino un refugio subterráneo: uno que educaría niños ajenos a la realidad de superficie.
Al contrario, la inyección europea para aumentar las competencias digitales de la ciudadanía es enorme, a lo que se añade el esfuerzo que la llegada de la inteligencia artificial supone en términos de competitividad e igualdad. Es decir, alta competencia tecnológica en las empresas y reducción de la brecha digital en la sociedad. Dejar fuera a la escuela de este proceso sería necio.
Quizá el mal esté en la obsesión de adherir al aprendizaje de los contenidos nuevos objetivos. Usar, por ejemplo, las Matemáticas para aprender un idioma no materno, valores de igualdad o, como en este tema, el uso de la tecnología. Entonces, las dificultades propias de adquirir estos objetivos merman la instrucción misma. Los dobles aprendizajes quedan en conocimientos a mitad.
La relación entre escuela, tecnología y competencias digitales todavía no ha encontrado su equilibrio simbiótico. Este es el empeño y no negar la evidencia digital.
Ah, en mecanografía no aprendí informática, pero este artículo lo he tecleado con bastante agilidad en un ordenador.
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