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Tras empollarse pacientemente el manual de instrucciones -que más que eso parecía una enciclopedia- ver atentamente varios tutoriales en YouTube, escanear códigos QR y recibir ... asistencia de un atento servicio de atención al cliente que accedió a través de la cámara del móvil en la intimidad de su cocina, mi amiga Carmen, se rindió.
Pese a sus hercúleos esfuerzos por comprender el funcionamiento de su nuevo horno multifunción que había comprado tras semanas de estudio, ahorro e ilusión (porque es que todo está muy caro), el novedoso aparato en cuestión -pirolítico y con cosas así- seguía plantándole cara sin responder a sus indicaciones. Le consoló, al menos, que también se pusiera chulito con 'Susi' que, en verdad, es un chat bot o robot que responde con inteligencia artificial que intentó, sin éxito, asistirle desde su Whatsapp.
Con todo, una esperanzadora luz atestiguaba que el aparato respondía, al menos, a la inyección eléctrica del enchufe porque el resto del complejo cuadro de mandos táctil, con sus serigrafías, se parecía más a la reencarnación digital de la primera edición de 'Wei Wang Ling Tan Zou Ma Zu Ka', esto es, del libro 'Mazurca para dos muertos' de Cela traducido al chino, que a lo que comúnmente se esperaría de un horno. Es decir, algo incomprensible.
Con paciencia de beata camino a la santidad, mi amiga, esperó varios días la visita de un técnico experto de la cosa que fue hasta su casa porque, en teoría, ése si que se las sabe todas. Me confesó que, después de todo lo vivido, fue una grata sorpresa comprobar que el experto en cuestión era en verdad un ser humano normal, de carne y hueso, y no un holograma tele-transportado hasta su casa por un dron con proyector.
Tras invitarle a un café -por eso de celebrar que por fin era atendida por un ser humano- mi amiga le reconoció con vergüenza su incapacidad para hacer funcionar al terrible aparato que, ya a estas alturas, estaba a punto de devolver con urgencia.
«Yo no entender» le dijo ella a lo que le respondió al audaz experto: «La comprendo, no sé cómo explicarle, pero es que tiene toda la razón, cada vez lo complicamos todo un poco más». O lo que es lo mismo, el experto mostró en segundos lo que es la suma de la sabiduría de quien está a pie de calle y el sentido común del cliente viviendo juntos una experiencia tétrica en un caso práctico absurdo que, desgraciadamente, se debe dar muy a menudo. Y es que no, la señora no está idiota.
Desde que murió Steve Jobs nada ha vuelto a ser igual. Ideo desde la sencillez de un único botón poder manejar todas las funcionalidades de su todopoderoso móvil. Rompió todos los moldes. Todas las generaciones podían usarlo sin complicación. Hacer fácil y predecible el manejo de cualquier aparato para el cliente final, pensando primero en el cliente, tras lo hecho por ingenieros y diseñadores. Opiniones ciertas del usuario final (contando con todos los perfiles y edades) que lo que queremos, de verdad, es que nos hagan la vida más fácil. Como hizo Jobs con aquel botón. ¿No les parece?
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