Un guiño a los sombrilleros
Últimamente se escucha hablar mucho de persecuciones. Y es que cuando a uno le toca el turno, lo normal, es sentirse perseguido. Hacienda lo hace ... mucho.
De entre los colectivos perseguidos son los sombrilleros los que, aunque la RAE no los reconoce como tal, han llamado mi atención. Son esos estoicos madrugadores que, pese a estar de vacaciones y en representación de una pequeña multitud que es la suya, hacen de avanzadilla atrevida para ocupar mientras todos duermen un trocito de playa.
Su proceder es sencillo: colonizan un pequeño espacio de arena a base de colocar sillas, sombrillas y trastos varios muy a lo ancho. Haciendo que se note su presencia. Una práctica poco solidaria (si, estamos de acuerdo), en ocasiones excesiva, pero que forman parte del paisanaje más nuestro como si aún estuviéramos en Verano Azul.
Pese a las críticas, tras los sombrilleros encontramos padres entregados, abuelos comprometidos, madres runners y demás que ceden parte de su sueño en beneficio de sus respectivas proles. Una práctica que se ha convertido en deporte de riesgo que realmente está mal visto.
Desde hace años, especialmente en la Comunidad Valenciana, porque no pasa lo mismo en Andalucía o Cataluña, se multa este proceder. Pero este verano algunos ayuntamientos, como el de Cullera, han decidido dar un paso más, apretar las tuercas a quien se atreva a plantar sombrilla y no permanecer: confiscarán sus pertenencias. Si lo haces y te vas, puedes encontrarte cuando vuelvas que tus cosas han sido confiscadas. El tema es serio y es normal que se tomen medidas especialmente en sitios saturados por eso de poner orden y concierto. Pero, qué quieren que les diga, a mí los sombrilleros me inspiran cierta ternura. Por su entrega y sacrificio a la causa familiar. Alguien tiene que hacer tan desagradable labor porque, para qué engañarnos, movilizarse, poner en marcha una familia de más de dos, estar listos para bajar a la playa a una hora decente y tal es una combinación imposible. Cosa de valientes. Nada fácil.
Además, su forma de funcionar tiene algo de romántico que nos enlaza con nuestro pasado. Con la Prehistoria, con nuestros ancestros. Porque si, los primeros neolíticos ya lo hacían. Cuando se dedicaron a expandirse para tomar más territorio porque les molestaba la cercanía de algunos vecinos, nuestros antepasados pillaban sus cerámicas, una cabrita y alguna semilla y enseñaban sus prácticas ganaderas y agrícolas a desconocidos cazadores. No iban todos. Mandaban a una avanzadilla. Primero iban unos pocos, se relacionaban con los mesolíticos que recién salidos del Paleolítico Superior se dedicaban todavía a cazar y a jalar lo que pillaban. Y tan contentos. Los modernos neolíticos les convencían de las bondades de las nuevas prácticas y tras ellos llegaba el resto de la tropa. Y así hasta hoy. En la playa del Perellonet hasta que no llegan Enrique y Marina (y plantan sus sombrillas) allí el verano no empieza.
Por eso sirva la presente para lanzar un guiño de solidaridad con el digno papel de los sombrilleros actuales, aunque sea por respeto con nuestro pasado. ¿No les parece?
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