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Una vida bien podría contarse, además de por la edad, con el número de Papas que uno ha vivido (o sobrevivido). Yo llevo 3.
Mi ... generación es la del Papa Juan Pablo II. Era otra época, sin redes sociales -sin Instagram ni X- pero no hay duda de que aquel carismático Papa fue el pionero en revolucionar, potenciar y mejorar la comunicación de la Iglesia. El punto de inflexión fue, a mi juicio, el atentado que sufrió en plena Plaza de San Pedro, totalmente abarrotada, perpetrado por el turco Ali Agca. También, tras la impactante e inolvidable imagen del perdón con ambos juntos -víctima y verdugo- que dio la vuelta al mundo. Debió ser joven en algún momento, pero desde entonces siempre fue anciano.
Lo divino frente a lo más terrenal llevó la comunicación casi al extremo porque compartimos con él -largamente- el implacable deterioro de su enfermedad. Durante varios años. Tanto fue así, que su muerte fue vivida con gran tristeza, pero con cierto alivio general en tanto que puso fin a un sufrimiento público excesivo y a una exigencia de servicio impropia para un hombre tan mayor y tan enfermo. Quizá justo como contrapeso a aquello el emérito Benedicto eligió oportunamente su retiro.
La muerte del Papa Francisco, aunque esperada, nos ha pillado casi por sorpresa -es un decir porque ya padecía fuertes achaques- y a una opinión pública que andaba despistada tras las vacaciones de la Semana Santa. Coincidirán conmigo en que el día no pudo ser más oportuno, aunque sea por eso de repartir protagonismos: justo después del domingo más importante del año que es en el que los cristianos celebramos la resurrección de Jesús.
Su despedida no ha podido ser mejor. Trabajando y defendido de nuevo a los más débiles frente a los más poderosos como el vicepresidente americano que es hoy quien gestiona buena parte de las amenazas y desequilibrios que nos acechan.
En estos días sin Papá es cuando la Iglesia demuestra con total contundencia su fortaleza como institución previsible y ordenada donde no hay margen para las incertidumbres. Y en un mundo cada vez más imprevisible -que se lo digan a Trump y a Putin- se agradece que al menos la institución más antigua de Occidente nos llene de certidumbres con sus dinámicas. Todos sabemos a qué atenernos, todo está escrito y no hay margen para las sorpresas.
La quiniela de los papables, si habrá más candidatos, cuántas fumatas y el trasiego de sotanas rojas trufará la actualidad de los próximos días una vez pase el «sencillo» funeral de Estado ansiado por Francisco. Un sacerdote valenciano (es que estamos por todas partes) le recibirá en Santa María la Mayor la iglesia donde reposará para siempre.
Hace pocos días escuché al Papa Francisco una recomendación que sonó a epitafio: debemos escuchar con más atención a las personas mayores. Desde esa perspectiva y con la experiencia acumulada, son los mejores guardianes de la memoria y de esa sabiduría tan particular que sólo otorga la huella que dejan los años vividos. ¿No les parece?
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