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De ríos y cauces

La riada de 1949, la de las chabolas, la de escaso fruto literario

Jueves, 16 de octubre 2025, 23:10

Ríos, cauces, ramblas de las que no salimos. Como si cerráramos los ojos ante esta milenaria llanura aluvial que nos ha hecho. Ciertas consecuencias de ... la enfermedad, se concentran en una nostalgia que nada tiene que ver con la tristeza. Por el contrario, está repleta de iluminaciones, fructífera. Viene la cosa a cuenta porque estoy escribiendo un papel sobre la riada silenciada de 1949. La de las chabolas, la de escaso fruto literario, la riada que no tuvo discurso ni proclama. La de los muertos en el cauce, la que vino del desbordamiento de la rambla castellana en Llíria y los muertos en Bétera. Es paradoja, ironía, o alguna clase de error freudiano, fallido, que en el discurso de Martí Domínguez sobre los silencios y las piedras, tan repleto de metáforas y parábolas bíblicas, se hablara de avisos, anuncios, heladas y otras catástrofes, pero no se apreciara esa catástrofe de segunda división, con tanta muerte en el cauce, tan cercana. Llama la atención que tan solo un año antes, en 1948, para conmemorar las bodas de plata de la coronación de 1923, la Virgen de los Desamparados, peregrina por las calles de Valencia, en relato que conservo del mismo Domínguez bendijo esas chabolas, por los puentes del Real, Serranos y Aragón: «La Virgen no sólo avanzó por el puente; en el centro fué llevada junto a la balaustrada para que bendijese de un modo especialísimo el viejo cauce del río -filón de nuestra riqueza- y las filas de chavolas [sic] advenedizas y desamparadas». Nuestro cauce no permitía la contemplación del discurrir melancólico del agua, sino un grave problema de vivienda, en pleno centro de la ciudad. Lo cierto es que tan solo unos días antes de la riada, en Jornada, el diario de la tarde, J.O., Pepe Ombuena planteara en su columna 'El río', el exceso del cauce del río seco, y «el efecto un tanto grotesco de tanta holgura para tan desmedrado arroyuelo». De aquella desproporción advertía Ombuena de un acampamiento de «gentes menesterosas y gentes incontroladas, cultivadores improvisados y maleantes calificados, vagabundos y familias necesitadas de verdadero socorro». Planteaba Ombuena la necesidad de una solución sobre el río -doctores tiene la ingeniería- pero opinaba que el cauce debía adecentarse, «urbanizado», «embellecido», no solo para que el cauce perdiera su aspecto «estepario, descuidado y suburbano», sino para hacer posible otra medida. Medida pionera de la escritura de Ombuena, para que el cauce se convirtiera en un parque, con sus canalizaciones, vegetación, masas de árboles, «terraplenes, paseos practicables». La hemeroteca me plantea esa sorpresa. Tan solo un mes después el desmedrado arroyuelo se convertía en catástrofe, y el gobernador Laporta, junto a la Alcaldía y la Confederación, ordenaba la demolición de las chabolas y la prohibición del cultivo de la tierra del cauce.

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