Entre la lealtad y la disciplina
Samuel Ros Pardo perdió hace nada su calle en Valencia
Mis puntos cardinales serían tres. Junto a la lealtad y la disciplina figuraría la libertad. Si hubiera que replicar el contenido de mi brújula, no ... se me ocurren otras latitudes que las que limitan con la lealtad y la disciplina, de un lado, y del otro con la separación estricta de la obra artística, de la personalidad de los creadores, y la libertad de elegir lo que se lee. Puede que fuera de esos idiotas que continuarían tocando en el salón del barco a pesar de la inminencia del naufragio. Quizá sea la herencia de un colegio católico, o puede que sea una tara genética, pero si de algo puedo vanagloriarme es de mi compromiso con determinados conceptos. La disciplina asegura el trabajo y la dedicación, la recogida de la labor sembrada, y la lealtad es una manera de estar junto a los amigos, que serán siempre los mismos, inalterables, pase lo que pase. Pero la libertad implica que no hay correcciones políticas que valgan cuando se trata de valorar la calidad estética, o las metáforas, o lo valioso de los adjetivos de un escritor, aunque en persona sea un miserable, se llame Céline o se llame Pablo Neruda. Ahora mismo me ha dado, con una determinación muy rocosa, a adquirir toda la producción de Samuel Ros Pardo. De momento, y en horario nocturno, ya me he bajado un par de tesis doctorales sobre biografía y obra del personaje, una de ellas dirigida por Toni Tordera. Valenciano, del Colegio de Jesuitas, colaborador de este diario. Bohemio, moderno, y tantas otras cosas. Amigo de Ramón Gómez de la Serna y de Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá o Pedro Mourlane Michelena. Miembro de la tertulia de Primo de Rivera de la calle de Alcalá, La ballena alegre, camisa vieja de Falange, director de Vértice, y coautor de una crónica del traslado de los restos de José Antonio desde Alicante hasta el Valle de los Caídos, junto a unas cuantas obras excelentes como 'Bazar' o 'El hombre de los medios abrazos, que vuelven a reeditarse. Murió de una dolorosa peritonitis en 1945, y murieron sus recuerdos en l'Alcudia. Perdió hace nada su calle en Valencia, y es síntoma de que en unas décadas nadie sabrá de su existencia, y habrá autores menores, con rotunda capacidad para ser recordados, a pesar de su escasa altura literaria. Entre otros, no sé de la razón de la incoherencia que nuestro nomenclátor conserve la figura de Felipe Ximénez de Sandoval, político, jefe del servicio exterior de Falange, y autor de una de las primeras biografías de José Antonio, pero ayuno de ninguna metáfora feliz. Pasará lo que pase, pero caerán todos libros, y con lealtad, disciplina y libertad en mi callejero literario habrá un lugar atento para el escritor.
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