Borrar
Urgente Un Sueldazo de la ONCE vendido junto a un Mercadona deja 1.500.000 euros en un municipio de apenas 60.000 habitantes
Marcador dardo

Arqueologías

Todo aquel mundo de comercios y cafeterías se dejó morir

Jueves, 8 de mayo 2025, 23:29

El letrero, pintado en negro, es casi un endemismo, una reliquia arqueológica intacta y que alguien, algún día, eliminará sin más de la fachada. A ... la altura de la iglesia de San Lorenzo, frente a las Cortes, el Palau de Benicarló, las letras lucen intactas: 'Se prohíbe fijar carteles y jugar a pelota'. Es de esas advertencias del mundo antiguo, cuando se prohibían las cosas por las paredes, el juego o la blasfemia. En la calle de la Nave se prohíbe fijar carteles, y en la calle del beato Juan de Ribera se prohíbe que persona alguna de cualquier edad o condición se ensucie en las calles. Me obsesiona pensar sobre la manera que se escribirá en el futuro este presente veloz e insensato. Estoy convencido de que si hubiera algún tipo de cataclismo nuclear o climático, que solo conservara ese fragmento, de esa advertencia se podría pensar en unos siglos que vivíamos en una sociedad que prohibía la información y el juego. Cuando sin embargo llevamos portátil un dispositivo digital que nos facilita los carteles y los juegos en el bolsillo, y lo inocente, casi cándido, sería ver un cartel que anunciara una conferencia o un concierto o un circo con animales en la Plaza de San Lorenzo, y en esa misma plaza pudiera verse a un grupo de niños persiguiendo una pelota. Estoy convencido que debe existir ya algún coleccionista de detalles de las paredes, de tal forma que algún fotógrafo flâneur, vagamente desocupado, tendrá un inventario exacto de todas las prohibiciones en las paredes de la ciudad que no convendría olvidar. De tal forma que hubiera podido conservarse el anuncio en la pared de Casa Pedro, en donde se estrenó como cantante Raimon, y que sin embargo persistía hasta hace cuatro días. Cuando nos da por las cerámicas de Nitrato de Chile se nos olvida todo el resto del mundo, y en ese resto está el Metropol y tantas otras cosas que ocultamos bajo el rostro indecente de la franquicia. No estoy hablando de la Valencia de Blasco Ibáñez. En el impagable libro de Alfonso López Gradolí, 'Guía secreta de Valencia' (Valencia, Al-Borak, 1974), esa Valencia de hace 50 años, repleta de detalles, personas, locales, tiendas, trayectos y matices tan singulares, no existen, y su rastro no ha sido destruido por ningún bombardeo físico, sino por una extraña combinación -a partes iguales- de obstinación por la fealdad y abandono en la indiferencia. Todo aquel mundo de mostradores, de comercios, de casa Oltra, de López Criado, de Noel y Baleares, del Chacalay y otras cafeterías en la que reconocernos, se dejó morir, y ahora pervive en un posavasos que nos compramos en internet de la cafetería Hungaria, y una bolsa de plástico de Lanas Aragón, que es ahora un tesoro o un elemento para ambientar una película antigua. Lo que convendría es prohibir, y bajo pena sumaria, la fealdad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Arqueologías