«(...) divulgar la realidad de nuestros castillos puede suponer un primer paso para su deseada conservación» (Juan Antonio Calabuig. 1975).
Ha llovido mucho desde entonces, por supuesto, y aun así no han podido -el tiempo y sus avatares- con toda la 'taibiya' musulmana (tierra, cal y piedras; encofradas) que tantas de nuestras fortificaciones muestran todavía en vacilante pie.
Claro que son muchas las fortalezas de las tierras valencianas y poco el presupuesto disponible para sujetarlas enhiestas.
Así que... ¿cómo vamos a ocuparnos de lo que queda en la antigua aldea de moriscos de Ruaya, en Cortes de Pallás?
Pues... porque ya se ha hecho en lugares próximos y con mucho éxito: como en la vecina defensa cortesana de La Pileta o en el castillete de Turís; al cargo y buen hacer de proyectos emanados de la Universidad de Valencia, bajo la inspiración del catedrático Jorge Hermosilla.
¿Y por qué, precisamente... salvar Ruaya?
Al fin y al cabo, Ruaya fue el origen de la actual Cortes de Pallás; como demostraremos en un trabajo que estamos preparando. Dejar que los restos de Ruaya caigan es como dejar morir hasta sus raíces el árbol de nuestra Historia. Tal cual cayó, tan cerca como en los años 60, la única y espectacular ventana de yeserías árabes que había pervivido un milenio en la fachada de una de las casas cortesanas.
Ruaya, Roaya o Ruhaya, es una de las dos aldeas históricas (con Bugete) que conformaron, junto con el núcleo de Cortes, la secular Baronía de Cortes de Pallás. Sí, la que señoreó Pascual Frígola; el que, como Presidente de Lo Rat Penat, instituyó la Batalla de las Flores de la Feria de Julio de Valencia.
En Ruaya se libró una trágica escaramuza entre parte de los moriscos rebelados por la orden de expulsión, decretada por el Austria Felipe III, y nada menos que los hombres del Tercio de Lombardía. Contra los mismos 'cristianos nuevos' que crearon un auténtico paraíso morisco a ambos lados del barranco caudaloso de La Barbulla; con salto o chorrador de casi cien metros, antes de hacerse el embalse de Cortes-La Muela, sobre el profundo y quebrado cañón del río Júcar. Un paraje tan hermoso y visitado por sus parcelas, su vegetación de almeces, las históricas acequias y las sucesivas albercas de riego, que el geógrafo Hermosilla también ha creado la exposición visitable de la 'Huerta Morisca'.
Un nombre, Ruaya, que tiene otras resonancias nobiliarias.
Ya que el propio Barón Frígola lo recibió como segundo título, de manos de Isabel II en 1865; noble valenciano que le devolvería, a su vez, sus atenciones en el exilio parisino (tras la Revolución Gloriosa o Sexenio Revolucionario) en su real persona y en la del futuro rey Alfonso XII. Monarca éste que, dicho sea de paso, otorgaría -una vez recuperada la Corona- un par de títulos más para otros dos de los hijos de Pascual Frígola: Baronía de Bugete, para Matilde, y Baronía del Castillo de Chirel, para Carlos.
El título de Ruaya se lo pasó Don Pascual, en vida, a su varón primogénito: Pascual Frígola Palavicino. Quien fue destacado edil, Teniente de Alcalde, del Ayuntamiento de Valencia. ¿Comprenden ahora por qué hay una calle en la capital del Reino, en la barriada o Distrito de Sagunto, que se llama «de Ruaya» y que, recientemente ampliada y urbanizada, conforma un importante eje viario de la capital?. La calle donde vivieron Concha Piquer y Nino Bravo y donde las excavaciones han sacado a la luz una zona sacra de origen púnico anterior a la fundación de la ciudad.
¿Y quieren decirme que entre Iberdrola, la Consellería de Cultura de nuestra Generalitat y el propio Ayuntamiento local... no pueden reunir unos cuantos miles de euros para que expertos, como el arqueólogo Díes Cusí y su excelente equipo de alarifes marroquíes, quiten la maleza, descubran el perímetro del recinto del albacar y recuperen la torre -hoy colmatada- del castillo de Ruaya...?.
Mientras tanto, mil años de historia se siguen desmoronando.
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