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Paradojas de la vida. Cada 2 de mayo, Madrid conmemora el alzamiento popular contra las tropas francesas de 1808. Aquel estallido de dignidad colectiva, que ... brotó como un manantial de orgullo patrio, contrasta hoy con un país anegado en conformismo, resignación y, si se me permite, en cierto pasotismo. Sorprendente, y algo triste, para una nación que el mundo asocia con un carácter ruidoso, apasionado y combativo ¿Quién iba a decirnos que aquel episodio de victimismo epistolar protagonizado por el presidente del Gobierno de hace un año denunciando sentirse acosado política y judicialmente, no era más que el prólogo de un descenso aún mayor hacia el descrédito total?
El mismo presidente que entonces recubrió su repliegue de épica -para los suyos, un gesto valiente- hoy se enfrenta a una situación objetivamente peor, sin que se vislumbre mejora. Pedro Sánchez está más solo, más cuestionado y más atrapado en su propio relato. Un Quijote moderno de verbo volátil, derribado por molinos que esta vez son bien reales: la corrupción, las puertas giratorias, la compraventa de favores, los abusos de poder. Todo aquello que prometió combatir, hoy le alcanza y le define. Lo vemos en su tono defensivo, en su afán por culpar al exterior, en su rostro envejecido, en sus ausencias cada vez más notorias. El líder que un día fue presentado como la solución por su partido, empieza a ser visto como el problema. Le pasó a Casado, a Rivera, a Iglesias... y ahora le toca a él.
Desde aquella carta a la ciudadanía hasta el primer gran apagón de nuestra historia, lo que ha perdurado es la sensación amarga de un año de descomposición institucional. Tenemos un presidente rodeado de escándalos, con su hermano y su esposa imputados, con el Fiscal General y su mano derecha en la misma situación, atenazado por vergonzosos asuntos de prostitutas, orgias y amaños de favores. Un dirigente que no puede pisar la calle sin ser abucheado, que elude el control parlamentario, que incumple reiteradamente la Constitución y que siembra conflictos internacionales con inquietante soltura... es para preocuparse.
Y quizás, lo más revelador es que ni siquiera él parece tener ya la energía o el impulso para montar su propio 2 de mayo. Queda un presidente exhausto, sin épica ni narrativa, aferrado a un poder que ya no proyecta liderazgo. Y eso, en política, suele ser el prólogo del final. Pero si nadie lo remedia, todo apunta a seguir así hasta 2027, gracias a la espiral de conformismo en el que vivimos, esperando que el cambio llegue como el maná cuando deberíamos tomar las riendas de nuestra propia transformación. Igual el problema no es tanto él, sino nosotros.
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