Hoy celebramos el Día de la Constitución, la carta de derechos que nos debe garantizar la igualdad aunque, como vemos, su artículo 14 sigue sin ... cumplirse. No lo hace cuando continuamos sufriendo abusos machistas que nos humillan, nos silencian, nos atenazan y nos obligan a vivir -en casa, en la calle y en el trabajo- con miedo. Que una mujer vea amenazado su futuro profesional por defenderse de un agresor es indignante; que ocurra en instituciones que deberían ser ejemplares es directamente insoportable. Y lo es aún más cuando las denuncias surgen del propio corazón del poder, de la Moncloa, del entorno de quien presume de tener «el gobierno más feminista de la historia».
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¿De qué feminismo hablamos si, según relatan varias trabajadoras, llevan meses alertando de comportamientos inaceptables y, aun así, se las habría relegado al ostracismo por atreverse a denunciar a un superior? Que no llamen feminismo a lo que es una profunda indecencia. Es desamparo consciente y, según apuntan algunos juristas, posiblemente hasta delictivo. Seis meses -según lo publicado- sosteniendo a un individuo miserable que, además, forma parte del círculo de confianza del presidente, aunque él, como acostumbra, diga que el tal Salazar «es un desconocido en lo personal». La diferencia es que esta vez los hechos que se denuncian habrían ocurrido a escasos metros de su propio despacho.
¿Se imaginan qué se estaría diciendo si la misma situación se hubiera dado bajo el gobierno de Rajoy? Se habría pedido su cabeza incluso en las calles. Mientras tanto, Sánchez atraviesa la polémica agazapado, sin dar la cara y sin asumir la responsabilidad que exige a otros. Ahí quedan las informaciones sobre los negocios vinculados a la prostitución de su suegro, el famoso «Carlota, se enrolla que te cagas» atribuido a Ábalos, las actuaciones y polémicas que han rodeado a Koldo, Cerdán, Salazar, el caso Tito Berni... ¿Cuántos nombres más deben aparecer antes de desmontarse el relato del «feminismo ejemplar» que este PSOE vende sin rubor, como también lo hicieron desde la izquierda de Errejón y Monedero?
Aun así, lo más sangrante de todo es el silencio encubridor. Porque mientras Sánchez anda elucubrando cómo mantener el medio millón de votos femeninos que obtuvo en las últimas elecciones, seguimos sin escuchar una sola disculpa de quienes deberían encabezar la defensa de las mujeres: ni Pilar Bernabé, Rebeca Torró (íntima de Salazar), Ana Redondo o María Jesús Montero han actuado, y ninguna ha pedido perdón por abandonar a sus compañeras. ¿Qué utilidad tiene una Secretaría de Igualdad y un ministerio si, cuando toca investigar, no se hace nada? ¿Y los ministros, piensan condenar los hechos? Por cierto, el tratamiento que se le da a este caso al presentarlo como «un asunto de mujeres», rebajándolo en su gravedad, es también profundamente misógino.
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