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Me pregunto si la rumba catalana forma parte de la catalanidad que Junts ve peligrar en Cataluña. Sin duda tiene su origen en Barcelona de ... la mano de Peret, pero nace de la fusión del flamenco andaluz con el barrio de Gracia y no siempre se ha cantado en catalán. Así, no sé si cultivarla y exportarla al mundo entero en castellano contribuye a hundir la catalanidad o todo lo contrario. Desconozco si la inmigración andaluza de siglo XX a Cataluña la puso en riesgo o la enriqueció, pero creo más en la segunda opción que en la primera. Como ahora. La llegada de inmigrantes ecuatorianos o venezolanos parece una oportunidad de permitir influencias que desemboquen en creaciones universales como la que logró la comunidad gitana en los años 50, con una rumba que mostró al mundo entero la universalidad de Barcelona y de toda España durante las ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos del 92.
Sin embargo, a los de Junts les preocupa «la supervivencia de la catalanidad», según consta en el acuerdo con el gobierno para la cesión de las competencias en materia de inmigración, y justifica con ello la medida. Ahora bien, no queda claro a qué se refiere ese concepto más allá del conocimiento de la lengua, de la historia, de las señas de identidad o de los símbolos tradicionales de Cataluña. No sé si la catalanidad implica saber hacer unos buenos calçots, bailar sardanas o rezarle a la Moreneta. Entiendo que no. Que, más bien, supone conocer la importancia de todo ello en el desarrollo de Cataluña, valorarlo y respetarlo, pero no necesariamente compartirlo. Sobre todo porque la devoción a la Virgen de Montserrat es solo un dato sociológico para la comunidad musulmana que tanto protagonismo han querido darle líderes del independentismo en los últimos años.
No es fácil determinar qué es, en estos tiempos de globalización, la identidad de un territorio sin caer en estereotipos o en imposiciones. Puedo entender la necesidad de conocer la lengua y la cultura de una zona, pero quizás es un nivel superficial de integración. Bien lo saben en Francia donde constatan a diario cómo la segunda o tercera generación de inmigrantes no siempre se sienten franceses por mucho que hablen francés y hayan estudiado en sus colegios. Pero, sobre todo, el núcleo de la cuestión en todo Occidente es cómo definir las claves propias que nos hacen ser como somos. Y que nos diferencian. Porque el nacionalismo se basa en marcar la diferencia, no en buscar aquello que nos une. Por eso es un riesgo, él sí, para la supervivencia de la comunidad.
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