Supongo que Donald Trump está convencido de que darle a él el Premio Nobel de la Paz no habría sido una decisión política. Lo digo ... tras su reacción a la concesión del galardón a la opositora venezolana María Corina Machado. El presidente norteamericano acusa al Comité Nobel de haber «antepuesto la política a la paz», pero, en la mayoría de los casos, la paz es una cuestión política. Quiero pensar que, cuando dice eso, lo afirma pensando en algunas concesiones a personajes ajenos a la acción política como la Madre Teresa de Calcuta o el Dalai Lama, figuras esencialmente religiosas, aunque en la India o en China haya quienes los acusen de haber hecho política con sus acciones o palabras. También podría oponerse la concesión unipersonal a Machado con aquellas otorgadas en zonas de conflicto en las que se buscó reconocer el esfuerzo de ambas partes por construir la paz, como Isaac Rabin, Shimon Peres y Yaser Arafat, entre Israel y Palestina, o Nelson Mandela y Frederik de Klerk, en Sudáfrica. Sin embargo, se hace difícil buscar un trabajo conjunto por la paz en Venezuela habida cuenta de que Nicolás Maduro persigue y amenaza a quienes discrepan de su dictadura. Tampoco podría otorgarse ese mismo reconocimiento a quienes se sientan para encontrar caminos de unidad en Estados Unidos, es más, si por eso fuera, Trump no sería candidato. Sin embargo, él se sigue viendo en Oslo aplaudido como adalid de la paz mundial.
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A estas alturas, mi escepticismo me impide desechar por completo esa posibilidad. Si se lo dieron a Obama con la misma ausencia de méritos que Trump, no hay motivo para negar que se lo den algún día. La única razón por la que pondría en duda esa opción sería porque los presidentes norteamericanos premiados hasta la fecha han sido mayoritariamente demócratas, no republicanos. Pero en los tiempos líquidos que vivimos no solo puede que se lo den sino que, además, es posible que lo hagan con motivo. Por haber frenado la masacre de Gaza. En su caso no es fácil un premio conjunto, con Netanyahu y Hamás, aunque después de ver a Arafat en ese trance, la sorpresa sería mínima. La vergüenza, también.
El Nobel de la Paz siempre es político. Incluso cuando no quiere premiar una acción política acaba aplaudiendo la inacción u otro tipo de participación en la esfera pública con posicionamientos ideológicos detrás. Premiar a la opositora a Maduro es uno de esos casos. Y en la actualidad, con tanta polarización, hasta los premiados por su acción social o caritativa son enmarcados en uno u otro punto de la esfera política.
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