A los pinganillos
En realidad, a ninguno le preocupaba el bienestar de los ciudadanos
No sé si los jueces estarán de acuerdo pero, para mí, el delito de malversación no solo implica apropiarse de dinero público sino también despilfarrar ... ese dinero, utilizar los caudales públicos a sabiendas de que su uso no reporta ningún beneficio a la ciudadanía. ¡Podría aplicarse a tantas cosas! Incluidas las acciones que solo proporcionan beneficio a un líder o a un grupo, como la mejora de las perspectivas electorales propias o, en caso contrario, un modo de conseguir hundir al oponente. De hecho, «malversar» viene del latín «male» y «versatio», es decir, una mala inversión o una mala gestión. Y no me refiero a la torpeza de quien no se ha visto nunca en esa tarea y comete errores, sino a las malas artes de quien usa conscientemente el dinero de todos para fines espurios.
Lo pienso inevitablemente tras la Conferencia de Presidentes del otro día. Algo me dice que todos los presentes eran sabedores de que esa reunión no iba a mejorar la vida de los ciudadanos. Era solo una puesta en escena para mostrar la pésima disposición del contrario y el exquisito buen talante propio. Sánchez pretendía escenificar el rechazo de las comunidades gobernadas por el PP a cualquier iniciativa suya solo por la diferencia de signo político, y aquellas, el nulo interés del gobierno central por hablar con todos, más allá de aquellos que pueden sostenerlo con sus votos.
Uno de los elementos que están cerca de ese despilfarro, que no es delito pero tampoco inocente, es el uso de la traducción simultánea. Los pinganillos que causaron el enfado de Díaz Ayuso y que se negó a aceptar. ¿Es inadecuado usarlos? Por supuesto que no. Es lógico que cualquier persona quiera expresarse en su lengua, pero es poco práctico habiendo una lengua común. Y, sobre todo, es más caro. El asunto es un detalle sin importancia al que Díaz Ayuso quiso agarrarse para poder boicotear la reunión después de que el gobierno aceptara todos los puntos del orden del día que había propuesto el PP con tal de reventar, sin éxito, la cita. En el fondo no necesitaban escenificar ese rechazo. Todos sabemos que con Sánchez no hay diálogo sino trágala o transacción. Pero el pinganillo era el arma arrojadiza que Díaz Ayuso tomó como la Libertad guiando al pueblo. ¡A las barricadas! ¡A los pinganillos! En realidad, a ninguno le preocupaba el bienestar de los ciudadanos. Ni siquiera al PSOE, tal y como dijo García-Page refiriéndose a los «fontaneros» del partido. Lo que inquietaba en su círculo era que las generales pudieran perjudicar sus propios resultados electorales.
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