La suerte que tuvo Pedro Sánchez es que Netanyahu no fuera a la firma del acuerdo de paz en Egipto. Si lo hubiera hecho, la ... incomodidad no hubiera venido solo de tener que saludar a Donald Trump tras haber sugerido que se expulse a España de la OTAN, sino también al hacedor del «genocidio» (sic) en Gaza. Pero el ego de Sánchez necesita tanto sentirse importante que hasta se le vio sonreír en la foto con Trump. En realidad, a Sánchez solo le molesta Díaz Ayuso.
Menos mal que Egipto también está alejado de Tel Aviv y así no tuvo que encontrarse con los rehenes o con las familias de quienes perdieron la vida en los atentados del 7 de octubre y en los túneles de Gaza. No es fácil explicarles que la apuesta del gobierno español por el «lado bueno de la historia» incluye dejar de venderles las armas que los protegen de otra matanza como aquella. Es cierto que también se han utilizado para masacrar a miles de inocentes en la Franja, lo que explica que su embargo se haya planteado como medida de presión. Pero precisamente ahora, tras la firma del acuerdo de paz, ni esa decisión ni las protestas o huelgas como la convocada para hoy o las que pueden producirse en torno al partido del Hapoel Tel Aviv en Valencia, resultan coherentes. Son, más que nunca, pura demagogia. Demagogia que se volverá a poner de manifiesto si, como ha ocurrido otras veces, los terroristas de Hamás o sus aliados rompen el alto el fuego y activan, de nuevo, la feroz máquina de guerra israelí.
En el punto en el que estamos, la victoria ha sido para Israel, pero la guerra del relato la ha ganado Hamás por goleada. No es fácil para Israel recuperar el crédito perdido y restablecer una imagen impecable en el orden internacional. No es fácil ni siquiera, como hemos visto reiteradamente y sobre todo en los últimos dos años, reivindicar su legitimidad para defenderse de un estado vecino que quiere eliminarlo por completo y exterminar a todos sus habitantes. De hecho, Hamás, como Irán, han defendido siempre el exterminio de Israel sin que nadie les haya acusado de ser genocidas cuando su discurso, precisamente, es la exaltación del genocidio. Por eso, el embargo de armas a Israel cuyo mantenimiento anunció ayer Sánchez, a pesar de la paz, debería acompañarse de una exigencia taxativa de desarme al grupo terrorista que inició todo el conflicto. De otro modo, la satisfacción mostrada en Sharm el Seij por los líderes mundiales quedará muy pronto empañada. Y no digamos el ego de Trump que presume de haber conseguido lo que no se había logrado en 3.000 años.
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