Secciones
Servicios
Destacamos
Desde hace semanas no veo a mis conocidos más 'trumpistas' tan locuaces como antes. Si hace meses, decían aquello de «yo no soy racista pero...» ... y alababan las promesas de Donald Trump en campaña para hacer grande a América sin los que la hacen grande llegados de otros países, ahora andan cabizbajos y cariacontecidos cada vez que sale el tema. Ése o cualquier otro. El último, los delirios papales de Trump. Ni para ellos es aceptable tanto exceso.
He de admitir que, como católica, no me ofendió que jugara a vestirse de Papa. Me preocupó, que es peor. Con un personaje como él, la broma ya no lo es tanto. Si hace un año me hubieran dicho que Estados Unidos querría quedarse con Groenlandia y Canadá, me hubiera parecido un chascarrillo. Ahora, en cambio, sé que va en serio y Trump es capaz de utilizar cualesquiera instrumentos para lograrlo. Por eso me preocupa que ansíe ser Papa. Nada más que el sentido común podría impedirlo. Eso y que no es católico, aunque incluso ese detalle y el no ser obispo podrían arreglarse. Solo tendrían que bautizarlo y ordenarlo antes de elegirlo en un cónclave.
Cualquier persona normal vería esa opción imposible, pero si algo nos está enseñando el segundo mandato de Trump es que nada se opone al dinero y la fuerza. Desde que el mundo es mundo, diría yo. Con Trump, estamos asimilando una verdad terrible que no creíamos hasta ahora: el tirano no tiene cortapisas. Bonito momento para tenerlo presente cuando se cumplen 80 años de la victoria sobre la Alemania nazi. Pero precisamente por ese contexto deberíamos activar las alertas y los mecanismos para frenarlo. Trump está haciendo posible lo imposible: saltarse las leyes, cuestionar a los jueces y hasta plantearse que la Constitución sirva de papel higiénico en su Casa Blanca de Mar-A-Lago. Está saltándose las últimas líneas rojas que nos quedaban, como sucede en nuestro país, a otro nivel, derribando los contrapesos que la Justicia y la Prensa tienen respecto al poder que intenta ser absoluto.
Quizás ése sea el signo de nuestro tiempo que no creíamos ver ni calculamos que llegaría tan pronto después del autoritario siglo XX. La 'internacional autoritaria' que nos gobierna nos demuestra que no hay elementos de seguridad, esos salvavidas de la democracia que pusimos en manos de jueces y periodistas con el encargo de un verdadero y global «no pasarán». Tal vez los nuevos aliados somos todos los demócratas, de cualquier ideología, que no queremos volver a los años 30 del pasado siglo, en el que los deseos de un autócrata dominaban el mundo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.