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Mirar directamente, sin filtros, sin cámaras ni móviles, sin nada que se cuele entre la escena y los ojos de quien observa es un acto ... de subversión. Lo comprendí hace años durante una audiencia del Papa. Él recorría en el papamóvil los pasillos que organizan a los fieles en San Pedro y decenas de brazos con teléfonos o tabletas se alzaban a su paso. Solo alguna monjita mayor o algún religioso lo saludaba o se santiguaba al verlo. Yo prefería no sacar el móvil y simplemente vivir el momento y entonces, supongo que por la costumbre de encontrarse con otro rostro humano y no el objetivo de una cámara, me miró, sonrió y me bendijo. Es cierto que no tengo el testimonio gráfico que avale la anécdota, pero no lo necesito. Solo es imprescindible para decir «yo estuve allí» que es justo lo que hacemos todos desde hace años siempre que nos hallamos frente a un gran evento con el teléfono en la mano. Nos empeñamos en inmortalizarlo y terminamos por verlo solo a través de la cámara del móvil.
Estos días, durante las procesiones de Semana Santa, miles de personas han hecho fotografías, vídeos o selfies para evidenciar ante familiares y amigos lo que vieron. La pregunta es si lo vieron. Y si lo vivieron. Es comprensible el afán por guardar memoria de todo ello, pero el móvil nos distrae del momento, sobre todo, cuando se trata de una puesta en escena que requiere cierto clímax como una procesión del Santo Entierro o un Encuentro entre la Madre y el Resucitado. No se trata tanto de tener el mismo vídeo que otros miles de personas sino de vivirlo personalmente de un modo que nadie podrá copiar porque, aunque sea similar, nuestra vivencia es solo nuestra y muy íntima. En esos casos, yo prefiero hacer la foto cuando se va acercando el paso, para tener luego la tranquilidad de mirar al Cristo mientras pasa por delante y poder pedirle por tantos que lo necesitan. Pero aun así, siempre se cuela algún móvil en el campo de visión, y se convierte en esa interrupción que quita la devoción en un segundo. Las procesiones, vistas desde esa perspectiva, se han convertido en otro espectáculo más. Y quizás sea demasiado purista reclamar un poco de recogimiento habida cuenta de que es una estación de penitencia. Entiendo que es el peaje por la globalización de la propia Semana Santa española, su éxito como reclamo turístico y el interés de todo tipo de públicos. También el de quien colecciona fotos y selfies de lugares o momentos célebres para enseñárselo a todo el mundo, aunque se haya perdido la oportunidad de vivirlo en primera persona.
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