La mirada animal
Me encanta acercarme al espacio de los gorilas en el Bioparc
No sé si la frase «los ojos son el espejo del alma» puede aplicarse a los animales. Si así fuera, significaría que tienen alma, pero ... ese debate no termina de estar claro. Para quienes amamos a los animales no hay duda de que no son pura materia, pero no es fácil determinar que tienen la misma conciencia del ser humano. O quizás no hemos sabido averiguarlo todavía. En cualquier caso, están más cerca de nosotros de lo que algunos creen y nuestros comportamientos, en ocasiones, mucho más alejados de los suyos de lo que algunos querríamos.
En mi caso, la Naturaleza siempre me impresiona y sentirme parte de ella me hace tomar conciencia de que no somos dueños de la Creación sino custodios, como decía el Papa Francisco. Admirar la dimensión de una gran cordillera como las Rocosas; ver crujir un glaciar en el Ártico o asistir al espectáculo de las auroras boreales me hace sentir pequeñita. ¿Cómo vamos a ser dueños de todo eso? ¿Cómo podemos seguir tratando el Planeta como un cortijo particular?
Esa sensación se multiplica cuando miro a los ojos de un animal. Ojos tranquilos, sin miedo, no digamos si esos ojos son de un animal que nos conoce y nos quiere y nos miran con confianza. Mirar y dejarse mirar por un animal en calma es una experiencia profunda. Mi último perro, mi añorado Whisky, me miraba constantemente con la seriedad de un señor muy vivido. Sin decir nada, sin pedir una chuche. Solo miraba. Y yo me preguntaba qué aprendía de mí solo con mirarme.
Por eso me encanta acercarme al espacio de los gorilas en el Bioparc, sobre todo, si alguno está sentado junto al cristal. Cuando eso sucede, a menudo, los niños se asustan y gritan porque impresiona verlos mirándote tan de cerca, pero a mí me conmueve que sus ojos se crucen con los míos. No puedo evitar preguntarme por qué él está a un lado del cristal y yo, a otro o qué pensará allí sentado. Viendo a los adolescentes gritar y hacer ruidos para provocarle o para reírse de ese compañero de clase al que hacen bullying comparándolo con él, me alegra que él esté al otro lado del cristal. ¡Mucho más civilizado, dónde va a parar! Mirándolo y mirando a los chimpancés, no puedo dejar de agradecer a Jane Goodall y a Diane Fossey que nos ayudaran a verlos de otros modos. Sin humanizarlos con ñoñerías ni someterlos con aires de superioridad. Solo reconociéndonos parte de un mismo proceso y de una misma Naturaleza que estamos obligados a cuidar, precisamente, por ser más conscientes de su deterioro. Ése es el legado de Jane Goodall, usar nuestra preeminencia para protegerlos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión