La hora del cambio

María José Pou

Valencia

Lunes, 27 de octubre 2025, 00:09

Los juegos de palabras no son nuevos en política, pero, en el PSOE, desde los tiempos de Zapatero ysu marketing de la «ceja», se abonaron ... a ellos y ya no saben debatir si utilizarlos. Con Sánchez, han llegado al paroxismo: los explotaba Carmen Calvo; los emplea María Jesús Montero los domingos y fiestas de mitinear y Óscar Puente vive en ellos como Salinas en los pronombres. Ahora bien, en las últimas legislaturas, es el pan nuestro de cada noticiero y no solo entre socialistas sino también entre el resto de parlamentarios, cuyas habilidades dialécticas les vienen justas para un espectáculo efectista de frases-impacto.

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Imagino que Congreso y Senado siempre han acogido a quienes buscaban llamar la atención de sus señorías. Ahora, y en el siglo XIX. Hasta en Cádiz, mientras discutían en el Oratorio de San Felipe Neri, por mucho que lo hayamos mitificado con los años. No creo que la demagogia sea únicamente síntoma de la degeneración actual. Aunque también. Reconozco que prefiero el estilo antiguo y un español más culto y elaborado que la media del Diario de Sesiones, pero me resisto a pensar que solo las generaciones pasadas sabían hablar en un parlamento. Esa sensación, posiblemente, sea fruto de mi formación analógica y mi gusto por la expresión escrita que me lleva a decantarme por un silogismo bien armado y un discurso bien escrito, como requisito para ser, después, bien pronunciado. Pero no por eso creo que toda intervención actual sea peor que las de nuestros tatarabuelos. Otra cosa es que me gusten más aquellas. Por ejemplo, siempre se criticó a Rajoy por el español rancio que usaba en sus intervenciones, pero a mí me divertía porque soy de una generación que aprendió a leer con «Los 25.000 mejores versos de la lengua castellana», con Gabriel y Galán y hasta con Pemán. Cosas de la biblioteca familiar. Lo de Azorín y Unamuno llegó mucho después, cuando los libros ya no eran heredados. En definitiva, encontraba más rico y poderoso el español de inicios del XX que el estándar actual lleno de neologismos y anglicismos. Por eso huyo del discurso que busca ser titular o carne de meme frente a aquel que explica, se detiene y entra en los detalles; que desarrolla y profundiza. Nada que ver con un llamativo juego de palabras como el que usó el otro día Miriam Nogueras para lanzar una advertencia a Sánchez: del cambio de hora a la hora del cambio. Consiguió su finalidad: fue titular en todas partes. Funcionó, pero no pasará a la Historia de la oratoria. Tampoco lo pretende nadie. Es el analfabetismo del buen decir.

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