Sin hilos
Mª JOSÉ POU AMÉRIGOMARIAJOSEPOU.LASPROVINCIAS.ES
Domingo, 25 de mayo 2025, 23:43
Hay pequeñas escenas cotidianas que dan la medida de nuestro envejecimiento más que el DNI. No me refiero solo a esos dolores recurrentes en rodillas ... o espalda, testimonio de una artrosis incipiente, sino a conversaciones o detalles que pasarían inadvertidos si no fuera porque quienes asistimos a ellas estamos sensibilizados con lo que significa el paso del tiempo.
Hace unos días, el hijo de una amiga estaba presente mientras hablábamos sobre gustos musicales. En un momento dado ella mencionó su afición a la música ochentera y anunció que se había comprado un tocadiscos para seguir poniendo los vinilos de hace décadas, lo que fue estruendosamente acogido por el resto que no pudimos evitar recordar nuestros primeros discos de Mecano, Golpes Bajos, Supertramp o Alaska. No puede negarse que las antigüedades forman parte de nuestro 'atrezzo', sin apenas darnos cuenta, porque en realidad ya nos confundimos con el mobiliario. Y por muchos años.
Lo mejor fue cuando el chaval, de veintipocos, aseguró disfrutar con la música antigua (para mí, «antigua» sigue siendo anterior a Bach pero dejémoslo ahí). Y añadió: «me encanta poner los cedés físicos». Lo dijo como si yo hubiera comentado a su edad que me gustaba ver una imprenta de tipos móviles o una rueca con la que hacían tejidos en el Neolítico. Me quedé pasmada. Y en mi cabeza retumbó la expresión «los cedés físicos». No es que le llamara la atención un single de vinilo de 45 rpm, que lo puedo entender porque es un material diferente, que suena gracias a una aguja y cuya grabación es analógica, con surcos que misteriosamente conservan una canción. Y solo una. No. En este caso se sorprendía ante un soporte físico de grabación, acostumbrado como está a que toda la música sea digital.
Esto sí es salto generacional y no que llamen «crush» a lo que siempre fue un «amor platónico». Es parecido a lo que sucede con los antiguos teléfonos, pegados a la pared por un cable. A los críos les cuesta entender que no pudiéramos llevarnos el teléfono a cualquier lado ni el ordenador ni la música hasta que se inventó el «walkman». Lo que da la medida del cambio no es la hiperconectividad sin más sino el «Wireless», es decir, que antes todo tuviera que tener una presencia material y física para existir, acostumbrados como están al mundo «sin hilos».
Las generaciones más jóvenes viven con naturalidad en un mundo no físico sin tener que recurrir a las gafas de realidad virtual. El entorno ya lo es. La «nube» lo es. Y hacerse mayor es sentirse más seguro en el físico que en el virtual.
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