Gaviotas y palomas
Las gaviotas se convirtieron en protagonistas de uno de los momentos míticos de la televisión en las últimas horas: el humo blanco de la fumata ... que anuncia al nuevo Papa. Alrededor de la chimenea, dos gaviotas y un polluelo, zascandileaban ajenas a la atención mediática que iban a generar en cuanto empezara a salir el humo. Tanto es así que una de ellas se vió sofocada por él o quizás por el aumento de temperatura y se alejó corriendo entre las tejas, en cuanto la chimenea realizó su función. Y su estampa quedará para siempre en los miles de vídeos y fotos que hicieron quienes en la plaza estaban esperando a que se tuvieran noticias del cónclave.
Mirándolas pensé en la convicción con la que el Ayuntamiento de Valencia se ha propuesto controlar la plaga de palomas que hay en la ciudad y constaté que en la Plaza de San Pedro apenas hay ya palomas, cuando, antes, eran parte del paisaje como lo son en todas las plazas mediterráneas. Es un recuerdo recurrente en todos los niños de mi generación: el abuelo que compra un paquetito de maíz e invita al nieto a dar de comer a las palomas en la plaza mayor de cualquier ciudad de España. Eso ya no le vemos, por la necesidad de controlar su masificación. Pero, en Roma, donde se arremolinaban alrededor de los turistas, su población ha sido desplazada por la de las gaviotas. Las bandadas que se veían estos días en San Pedro y cuyos vuelos eran interpretados por los augures modernos como signos extraños en torno a un Vaticano vacante, no eran de palomas sino de gaviotas. Pero, aún más. En Borgo Pio, esa calle próxima al Vaticano, célebre por sus conciliábulos previos al cónclave, quienes sobrevuelan a los turistas no son palomas sino gaviotas. Y una gaviota robando un trozo de pizza no es un gorrioncillo que se lleva una miguita del mantel. Es otra cosa; es un ave grande, incontrolable y cuyo picotazo no es nada recomendable. Sin embargo, ya las vemos haciendo vuelos rasantes sobre los comensales, desde que han perdido el miedo o el respeto a los humanos.
En Russafa, apenas veo ya palomas. Hay más tórtolas despistadas y gaviotas que se están acostumbrando al entorno y a alimentarse incluso de esas palomas. Así, el Ayuntamiento de Roma tendrá que preocuparse por esas aves del mar cuando en realidad el puerto de Ostia queda a 40 quilómetros. Pero es que el Ayuntamiento de Valencia debería tomar nota también de esa evolución en las ciudades de su entorno porque quizás nos centramos ahora en las palomas, pero su control acaba propiciando que las gaviotas se enseñoreen del espacio.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.