El dios faltón
Lo dije con el PP y los mensajes a Bárcenas y lo repito ahora: casi ninguno de nosotros superaría la prueba de las conversaciones privadas. ... No negaré que he visto a un médico reírse de la hipocondría de un paciente; a un empresario considerar su producto una porquería que se vendía bien y hasta a algún sacerdote renegar del Papa anterior. Lo único que les salvaba es que eran suficientemente prudentes como para decirlo de viva voz y no en una conversación de Whatsapp. Aún así, a veces escribimos cosas que no podrían salir a la luz amparados en la seguridad que nos da la confianza del interlocutor. El problema es que en política esa confianza es volátil.
Dice José Luis Ábalos que los mensajes que guardaba Koldo en un pendrive y que hemos conocido ahora eran para escribir sus memorias. Suponiendo que esa explicación sea cierta, lo que a tenor de las múltiples versiones del 'caso Delcy' es mucho suponer, ¿en qué capítulo de sus memorias iba a incluirlos? ¿En el de la traición de Pedro Sánchez? Guardar esas conversaciones no puede tener una finalidad inocente porque no contienen datos que recordar sino pruebas que usar. En estos asuntos, como en las novelas de misterio, solo cabe preguntarse: ¿a quién beneficia el «crimen» que, en este caso, es la publicación de las conversaciones de Whatsapp entre Sánchez y Ábalos? Desde luego, Ábalos no queda mal. Ni los criticados por Sánchez, como los barones Lambán o García Page. Así, pues, solo falta uno: el presidente del gobierno. Y bien, lo que se dice bien, no queda.
Es cierto, como dice el PSOE, visiblemente nervioso, que no son conversaciones relacionadas con lo que investiga la Justicia. Si lo fueran, las consecuencias no serían de imagen pública sino de recorrido judicial. Estaríamos hablando de otra cosa. De momento, no parece que haya nada incriminatorio, pero sí feo. El asunto es estético, no penal. La imagen que da Sánchez en esas conversaciones sobre su manera de manejarse en el partido y en el gobierno es la que todos intuíamos, pero ahora vemos materializada. Como si una nebulosa hubiera adquirido forma humana. De pronto, la podemos visualizar encarnada en comentarios despectivos hacia cualquiera que no le ría las gracias. Nada nuevo bajo el sol. Pero ya podemos justificar nuestra aprensión hacia «el señorito de Ferraz»; es un malasombra preocupado únicamente, como relevó Máximo Huerta, por cómo le recordará la Historia. Lo hará como al divino Calígula, uno de los emperadores romanos más polémicos: un déspota temido por los suyos y despreciado por los enemigos.
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