Tiene el corazón tocado, el corazón tocado, lleno de zozobra. (Léase con la música de 'Corazón contento' de Palito Ortega). Sánchez volvió a ponerse sentimental ... en la reunión del Comité Federal del PSOE. No se le quita la 'manieta' de hacer declaraciones de amor. Tengo miedo de que, después de esto, nos vuelva a mandar una carta a los ciudadanos como hizo tras conocer la investigación de la Justicia a su mujer. Entonces se declaró un torito enamorado de la luna, y ahora, con la traición de Santos Cerdán, un corazón 'partío'. ¡Qué coraje da tanta emotividad institucional! Lo leo con la sensación de estar escuchando a Freddy Krueger mientras escribe mil veces «no volveré a ser malo» en una pizarra. Con la misma dentera. Ojalá intervenga el ministro Bustinduy con su cruzada contra el consumo de azúcar porque tanto amorcito del presidente del gobierno va a producir un tsunami de glucosa que ni el mejor festival con 'refil' de bebidas azucaradas.
Ese empeño en apelar a los sentimientos me hace envidiar a los británicos, con su célebre frialdad oficial. Y eso que nunca me gustó que, después de residir allí durante unos meses, la despedida incluyera un «no irás a llorar, ¿verdad?». Con lo que somos los mediterráneos de expresivos, aquello sonó a demasiado desapego y poca consideración hacia los sentimientos ajenos. Sin embargo, hoy lo valoro más que nunca. En un dirigente, me refiero. Deberían tenerlo vetado. Ni debe actuar por amor ni por despecho o resentimiento. Sin embargo, vivimos tiempos de emociones que han ocupado el sitio de los argumentos y razonamientos.
Cuando el presidente del gobierno apela a su decepción con Santos Cerdán o a su melancolía por la amistad perdida de Ábalos está haciéndonos creer que su política se basa en la emoción mientras los hechos dicen lo contrario. Pocos dirigentes ha tenido España tan calculadores. Pero, en cualquier caso, ojalá su frialdad la pusiera al servicio del bien común. El problema es que su cálculo vela por sí mismo, a quien no ha dejado nunca de querer. De hecho, se cree tan imprescindible que se presenta como el capitán que lucha por salvar el barco de la mala mar. En realidad, la zozobra no viene de fuera, por un fuerte oleaje, sino de dentro, por la mala gestión del barco. Es el capitán Schettino pidiendo que lo dejen solo para salvar al Costa Concordia cuando es él quien lo ha llevado al naufragio por acción o por omisión. Y, en este caso, la salvación no viene por el capitán desastre que no suelta el timón sino, al contrario, por el abordaje de Salvamento Marítimo.
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