Lo entregó el padre. Al presunto autor del disparo que acabó con la vida de Charlie Kirk lo entregó a la policía su propio padre. ... Al parecer, según contó el gobernador de Utah, le costó convencerle de que se entregara y tuvo que pedir ayuda al párroco de la comunidad para lograrlo. Ambos, seguramente, sabían que la policía daría con él antes o después, y que era más sensato acudir voluntariamente y, más honesto consigo mismo, asumir las consecuencias de sus actos.
Publicidad
No me quiero ni imaginar los sentimientos de ese padre ante la tesitura de defender a un hijo y el horror de saberle un asesino. De querer protegerlo de todo mal y de sentirse obligado a ponerle en manos de la Justicia. Y no solo sufriendo por él sino también por el resto de la familia y por sí mismo. Una familia que ya ha quedado tocada para siempre, de confirmarse las sospechas que recaen sobre el hijo.
Pero, sobre todo, me imagino a esa familia, conservadora y que frecuentaba a menudo la iglesia, teniendo que convivir en la comunidad con esa pesada mochila. Recordando una y otra vez que la noche anterior, durante la cena, el chico había hablado de Charlie Kirk al que acusaba de mantener un discurso de odio, e intentando averiguar en qué momento la discrepancia política se había confundido con rechazo violento al diferente. Y no solo lo pensará ese padre y su entorno familiar. Muchos más en todo el planeta lo hacen. También aquí habría que darle una vuelta porque estamos físicamente lejos de Utah pero las reacciones de estos días no son tan dispares de algunas vistas allí.
¿Es correcto celebrar la muerte de un fascista? Quienes lo hacen le acusan de serlo, así que, demos por hecho que lo es a efectos de esta argumentación. ¿Es lícito brindar por su asesinato? La pregunta no requeriría explicitar esa condición ideológica. Si es moralmente aceptable alegrarse de que alguien sea asesinado siempre que tenga unas determinadas ideas, ¿quién marca cuáles son legítimas y cuáles no?
Publicidad
La democracia supone aceptar la discrepancia, proponer el debate entre opuestos, y resolver la diferencia con la palabra y los votos de la mayoría. De lo contrario, es la ley del más fuerte la que manda. Algunos culpan a Kirk de su asesinato, pero eso es falaz. El propio autor le acusó de fomentar el odio, pero él mismo había cedido a ese odio. Transferir su responsabilidad a la víctima es huir de la propia. Es cobarde. Sin duda, hay que reflexionar sobre el fomento de un clima tan pernicioso, pero quien decide matar para acabar con sus autores quizás está dándoles la razón.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión