Los dirigentes europeos que han acompañado a Zelenski a la Casa Blanca actúan, en realidad, como el primo de Zumosol, ese guardaespaldas capaz de atemorizar ... a los abusadores de patio de colegio. Sin embargo, son primos venidos a menos frente a un Putin que hace 'bullying' a los vecinos si no se pliegan a sus deseos de recuperar la CCCP. Lo evidenció el ministro de Exteriores ruso en Alaska con una sudadera con las siglas de la antigua URSS que, según la televisión rusa, se ha agotado en pocas horas. La nostalgia vende. Y manda. Lo peor de las conversaciones a cuatro bandas entre Trump, Putin, Zelenski y la UE es que, en realidad, son solo dos los interlocutores, Estados Unidos y Rusia. Lo resumió el presidente norteamericano en una entrevista en la Fox al decir que «Rusia es una gran potencia y ellos (Ucrania), no». Poco se puede añadir cuando lo que está en juego son los límites territoriales del país invadido y el invasor no está dispuesto a ceder. Hay que callar cuando se tiene delante a quien te puede vencer de un simple tortazo.
El argumento de Trump pone sobre la mesa la verdad que duele: la fuerza manda y, frente a ella, ni el ordenamiento jurídico ni la presión internacional van a lograr nada. Las potencias del siglo XX han vuelto al poder sin miramientos ni los remilgos de ursulinas de la UE, incapaz de actuar como una sola potencia. Putin tiene la fuerza y la ejerce sin pudor. Y Trump, que sintoniza con él, usa el mismo parecer, pero presumiendo del arma de Estados Unidos: la presión del poder económico y la amenazada del arancel. En ese contexto, Von der Leyen es la Pepita Grillo occidental recordando que las relaciones internacionales habían conseguido basarse en algo más que en la fuerza a finales del siglo XX. Eso parecía a comienzos del XXI, pero ha durado apenas dos décadas.
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