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En España apenas se agradece la comedia. Por lo general, como somos tan tremendistas, ensalzamos al director de grandes dramas e ignoramos o minimizamos al ... de comedias. Entre Buñuel y Berlanga, muchos 'gafapastas' ven un abismo insalvable que cae del lado del aragonés. En cambio, otros no entendemos que la buena comedia quede en una segunda división como si hacer reír fuera demasiado fácil o pura frivolidad. Lo hemos visto en los medios que han pasado de puntillas por la muerte de Mariano Ozores. Como avergonzados o sin querer evidenciar que sus éxitos tuvieron mucho que ver con el 'landismo', con las suecas en películas de destape o con las historias de Esteso y Pajares. En una palabra, con las películas que no tenían más pretensión que hacer reír al público. Nada más y nada menos. Como ocurre ahora, de nuevo, con Santiago Segura y sus sagas de Torrente o de la familia desastre de cada dos veranos.
Son los más taquilleros de su tiempo, pero eso hace que muchos renieguen de su cine. Como si llenar las salas fuera un demérito en tiempos de espectáculo por doquier y de subvenciones limitadas. Ozores llenó cines porque los españoles necesitábamos que nos hicieran reír. Como ahora. Entonces, por la crisis económica y el final de la dictadura. Y, ahora, tal vez por lo mismo.
Saber arrancar la risa del público es casi un don divino en un mundo tan vapuleado. Es tener un don terapéutico, capaz de extirpar el malestar, la angustia y el temor incluso en momentos delicados. Tras unas lágrimas, tener cerca alguien que sepa sacar una sonrisa en medio de la tormenta, es un privilegio. Y si ese alguien es cineasta o actor, como la saga de los Ozores, es un lujo compartido. No es fácil arrancar sonrisas en un público reticente pero los Ozores lo han sabido hacer como pocos. Y han trabajado con los que, durante generaciones, lo supieron hacer sin apenas reconocimiento, incluso, de pueblo en pueblo, con las penurias del momento. Este país no premia bien a sus cómicos quizás porque considera que la broma es más fácil que la escena dramática. Nada más lejos de la realidad. Para hacer reír hay que conocer al público y presentarle una parodia que haga equilibrios entre el retrato donde uno se ve reflejado y la caricatura que ridiculice el tipo pero no ofenda al modelo. Nada fácil. Y menos en estos tiempos de censura y cancelación. Ozores nos regaló un retrato de los últimos años del franquismo y de la salida en estampida tras el fin de la censura. Un magnífico trabajo que reivindicar en el año 'Franco' promovido por el gobierno.
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