La máquina de tickets
Cada vez que voy al médico encuentro a una persona mayor intentando averiguar cómo va la máquina de los tickets, qué hacer para que le ... dé uno, qué hacer si no le da o cuál es su consulta. Lo comentaban ayer tres pacientes de más de 75 años en la sala de espera. Se preguntaban entre ellos si tenían ticket, si debían preguntar y dónde hacerlo. Entonces me di cuenta de que, salvo quienes atienden en el mostrador principal, no hay casi nadie que les oriente, solo alguna enfermera que, viendo el caos, se acerca de vez en cuando a ordenar el tráfico. Cuando no es así, acabamos echando una mano los demás pacientes, literalmente pacientes, ante la perspectiva de pasar un buen rato intentando que la persona averigüe por sí misma cómo proceder.
Con la abrumadora tecnologización de todo, es una aventura adentrarse en el funcionamiento de algunas oficinas o servicios públicos. A mí me ocurre con los hospitales que últimamente frecuento demasiado. Me refiero a hospitales privados donde se ahorran sueldos sustituyendo a personas del servicio de información por máquinas expendedoras de tickets. Cada visita es una aventura. En uno es necesario usar la 'app' para sacar número; en otros, hay que dirigirse a la máquina de la entrada y en otros, una vez sacado el ticket es necesario avisar a la enfermera. A todo esto, hace falta el mapa del tesoro para averiguar dónde está la consulta a la que te llaman con una pantalla que pone códigos indescifrables. No digamos la incertidumbre de no cumplir ninguno de los casos expuestos en el menú de esas máquinas infernales. 'Con cita previa', 'Sin cita previa', 'Pedir cita', 'Cambiar cita', las opciones son siempre interesantes excepto cuando necesitas una que diga 'Otros', que nunca existe. En los propios Centros de Salud de la Seguridad Social hay que leer con detenimiento el cartel pegado con celo para saber qué pasa si solo quieres asomarte al mostrador. En algunos privados, ni eso. Te acercas a 'Información' para preguntar al darte cuenta de que no hay opción en la máquina para lo que tú necesitas y te advierten de que sin ticket no te atienden. Si lo coge Kafka, hace un novelón angustioso. Y lo peor es el personal que explica sin paciencia ni pausa. Si eso nos sucede a los habituados a máquinas y procedimientos automatizados, ¿qué sentirán las personas mayores acostumbradas, como decían los que me encontré ayer en el Centro de Especialidades, a que una persona les aclare su duda en unos segundos? Mucho se ha hablado de los bancos y los mayores pero poco de los servicios sanitarios.
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