La cultura y el terror
Instalado en la dinámica de la sospecha, el gobierno señala a Israel como el problema de Eurovisión. Es el «lado equivocado de la Historia», según ... el ministro Óscar López, desde esa superioridad moral que tanto gusta a la izquierda. Como si todo el conflicto -el de verdad, no el ficticio del festival- fuera un enfrentamiento entre buenos y malos. Como diría el clásico, si los dilemas morales obligaran a escoger entre el bien y el mal, no habría dilema. El problema surge cuando debemos elegir entre dos males, el mal menor o luces y sombras en ambas partes. De momento el gobierno español se ha lanzado en brazos de una de esas partes minimizando sus sombras. Y la sombra, en el festival de Eurovisión, era la condición de víctima de la cantante de Israel. Se nos olvida el terrible atentado del 7 de octubre. Es tan salvaje la respuesta israelí que ha conseguido eclipsar la cara del Mal, con mayúsculas, que se manifestó aquel día. Pero la cantante israelí lo recordaba con su sola presencia.
Supongo que ella también forma parte de lo que Pedro Sánchez mencionó sobre la Cultura y su capacidad para defender nuestros valores. Decía Sánchez el otro día: «tienen razón aquellos que usan la cultura para defender la democracia, reivindicar unos servicios públicos de calidad, denunciar las conductas machistas, exigir un compromiso con el medioambiente, o pedir que cese la guerra, ya sea en Ucrania o en Palestina». Quiero pensar que el presidente no lo mencionó por despiste pero también considera una causa legítima para que la Cultura la asuma como propia reivindicar un mundo sin terrorismo. Con lo mucho que le incomoda a Sánchez la memoria sobre el terrorismo en nuestro país, sospecho que mencionarlo en Israel aún le resulta más molesto. Pero la Cultura también es capaz de defender la paz y la convivencia de los israelíes y los palestinos sin pensar que tu vecino quiere aniquilarte. Porque eso es lo que viven a diario la mayoría de israelíes que son mucho más que Netanyahu y su ejército arrasándolo todo. El impacto emocional del 7 de octubre reside ahí: en el shock que produce que el electricista, el jardinero o el carnicero con el que compartías la vida se convirtió de pronto en un asesino que entró en tu casa con un subfusil y mató a tu familia. Pero supongo que eso no tiene nada que ver con Eurovisión ni con la cantante israelí que, de haber vivido el horror en las Torres Gemelas, ahora sería aplaudida como superviviente y no abucheada como provocadora. Es lo que tiene ser víctima en el lado equivocado de la Historia.
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