La última charcutería
Adiós al mercado de Mosen Sorell, aquel que surgió en una Valencia que aglutinaba casonas palaciegas y conventos benéficos; un enjambre de calles donde estaban ... los talleres de artesanía.
La charcutería Mosen Sorell es la última de nuestro popular mercado que ha cedido a la evolución del tiempo, a la llegada de modas que todo lo transforman. Fueron cerrando las charcuterías con olorosas ristras de embutidos, dedicadas a poner sabor al panecillo de la media mañana, al bocadillo de las cenas de amigos.
Pero, igual que las charcuterías, también los de la carne, el pescado y las verduras, con su olor a tierra, a hierbas de cercana sierra y a las plantas que aún recuerdan aplicaciones para la sanidad doméstica, pusieron su fin.
El afán por modernizarnos con palabras en inglés, slogans aprendidos en un forzado curso, nos llevó a poner fin a costumbres rurales; un cambio de mobiliario y tapicería de estilo foráneo transformó también la intimidad de nuestros cafés y lugares de encuentro. En el mercado de Mosen Sorell fue adueñándose el poderoso «diseño», vocablo que hoy resulta impensable no citar.
De aquel ayer del mercado Mosen Sorell deseo recordar a los personajes propios de su tiempo: los «ropavejeros» de los jueves, que acudían con sacos llenos de guantes de algodón blancos, gastados por los soldados; los dos herbolisteros de Sierra Mariola, y la gitana tan guapa, siempre con un ramo de claveles y un crío en su pecho.
Imperdonable sería no citar a sor Oseas, la monjita del convento de la plaza del mercado, que pasaba la jornada inyectando a los enfermos y pobres que carecían de Seguridad Social. Sor Oseas era un personaje queridísimo del mercado.
Era un gozo contemplar los cestos para frutas y las bandejas donde se esparcían las hortalizas y las hojas de col que servían de envoltorio para todo lo pequeño. Un canto a la vida de nuestros huertanos y charcuteros.
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