Platería El Sol
Por su espectacular fachada de cristales grabados, delirio barroco en negro y oro, la platería El Sol fue de las últimas tiendas que permanecieron desafiando ... a traspasos y nuevas empresas. Y allí, como insólito personaje, trabajaba Francisco Llop, orfebre con notable habilidad profesional y espíritu sensible que le llevaba a la indagación y a la escritura. Había ingresado de aprendiz a los 13 años y cuando hablamos había rebasado los 62.
Contó que, apenas tenía tiempo libre, lo dedicaba a leer sobre los orígenes de la platería, que según los manuscritos hallados aparecía citada ya en 1666.
El diario estaba escrito en valenciano y aludía a la costumbre que conservaban los dueños de llevar ollas el primer domingo de cada mes «a los pobres miserables de la cárcel de San Narciso de la presente ciudad».
También destacó como interesante el testamento de doña Rosa García de la Cañada, que debió heredar la joyería en 1736, y en el que cita alhajas desconocidas hoy, como los diez pares de «desaliños», que debían ser aretes con colgantes.
El taller estaba en el último piso de la finca y mantenía la atmósfera evanescente del oro que se transformaba en un polvo finísimo; polvo que iba posándose en el suelo, en los muebles y en las prendas de vestir.
Trabajador solitario, no dudó en referir que durante la Primera Guerra Mundial, en la joyería El Sol estuvieron trabajando más de cuarenta hombres; y la producción se exportaba a Francia.
En la década de 1940 -explicó- es cuando el troquel reemplaza a la mano que crea. «Actualmente -dijo-, los oficiales sólo diseñan y realizan encargos. En cuanto al público, no le importa si la joya está hecha en serie o es pieza única. Pasó aquel deseo de tener una gargantilla, pendientes o sortijas originales, únicos. Las modas cambian y, aunque nos entusiasme dibujar, crear, ofrecer algo nuevo, los orfebres hemos de claudicar». Lástima.
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