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No lo esperaba. No lo esperé nunca. Sin embargo, me ha dado una gran alegría, aunque a mis años, no supone el estimulo sino la ... aceptación por un trabajo que ve cerca su fin. Como muy bien dijo Rafa Nadal, pueden seguir las ilusiones en la mente y en el corazón, pero el cuerpo físico llega a decir basta. En este punto recuerdo a don Eduardo López Chavarri, compositor, músico y redactor cultural de LAS PROVINCIAS, que iba a cumplir cien años y al anochecer llegaba a la redacción, acompañado. Era menudo, de cabello muy blanco y rizado que bordeaba la boina negra; boina que se tocaba gentilmente al pasar por delante de mi mesa, la de mi primera Hispano-Olivetti. Nos sonreíamos, y una vez me llamó con la mano. «Oiga -me dijo-, yo traigo todos los días mi crónica, manuscrita, pero ¿sabe si la publican? Don Eduardo traía también en sus manos el tintero de tinta 'Samas', un palillero y unas pluma 'Corona'. Saltándome toda norma de educación, lo abracé como a un crío y le dije que sí, que salía su texto, y con un recuadro.
Hice feliz a don Eduardo, como me han hecho feliz nuestra alcaldesa, María José Catalá, el concejal de Cultura, José Luis Moreno, y cuantos me han distinguido hoy, junto al mejor novelista, Rafa Lahuerta, a quien admiro, envidio y etc. etc., la destacadísima María Zamora, productora de cine, y los creadores de l'Horta Teatre.
En este apartado de gratitud, que parezco lo pesadísimos que se ponen los ganadores de un Óscar, quiero incluir a los compañeros del periódico, a quienes doy la lata a menudo pidiéndoles cualquier dato.
En fin, gracias, gracias a todos... Y en este todos incluyo a los cientos de personas que siempre han respondido a mis entrevistas. Sus palabras han integrado el conglomerado de la llamada cultura. Cultura de los artesanos, desde los doradores de ángeles a los zapateros de la media suela; de los anónimos trabajadores que ganan el pan en la calle, de los vendedores de mercadillos... y de todos quienes en los libros de la serie 'Gente del Rincón', 'Gente de la Serranía', 'Gente del Maestrazgo', 'Gente del Valle de Ayora' y 'Valencianos de la Mar' nos desvelaron su más cruda y hermosa lección de vida.
En aquellas andanzas por lo que hoy es la Valencia vaciada iba sobre todo con la pintora Antonia Mir, que llevaba a sus lienzos paisajes y ancianos, y no puedo olvidar la aldea del Oro, donde apareció un mendigo, con su perro, quien extendió su mano y suplicó: «Una caridad, por Dios». Le sacaron pan y un vaso de leche. «¿Puedo dormir en un pajar ?» Y uno de los vecinos, comentó: «Puedes quedarte. ¿Qué sabes hacer? ¿Aras la tierra? ¿Apacientas?» El hombre confesó: «Sólo sé leer y escribir». Y el más decidido le preguntó entonces si quería ser el maestro de los niños, que estaban años esperándolo.
Desde aquel momento, el vagabundo de los ojos azules y el peto canoso fue don Santiago. Las mujeres le dieron de comer un día a la semana, olla para cenar y un bollo para el desayuno. Él venía de una tierra húmeda y verde, pero jamás contó nada. Los niños lo adoraban, igual que al perro, 'Colin', hasta que vinieron a buscarlo por motivos políticaos y se lo llevaron.
Han pasado décadas y aquella pobreza desapareció, pero la soledad continúa. Soledad como la del hombre que vivía con dos gatos y recogía leña para cambiarla por comida en las aldeas del Valle de Ayora. Lo visitaban los vecinos cuando las nevadas lo aislaban y temían que hubiera muerto, y entonces se formaba la cabalgata navideña más emotiva que cabe imaginar: le llevaban, entre hachones encendidos, miel, harina, embutido, pan...
No voy a continuar con los métodos de subsistencia. Cultura primaria que nos transmitieron. Doy un salto para citar todos los museos que visité con Paco Jarque, el fotógrafo merecedor de un premio también que no recibió. En los libros quedan los Museos de Castellón, Alicante, Valencia y sus provincias. A destacar, los de etnología -impresionante el de la Diputación valenciana-, que surgían por una colección de objetos donados y su explicación histórica: cultura arrancada de salones, de armarios, de alacenas, con los secretos de guisos y recetas transmitidas como las coplas que se entonaban, como las danzas amorosas.
Insisto, el premio que me otorgan es para todos los que conservaron un tesoro verbal que he tenido la suerte de recibir y transmitir.
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