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Nuestro viejo parque queda como escondido entre hermosos ficus, deseando su olvido en la bulliciosa ciudad. Recordemos: frente a la calle del Mar, el general ... O´Donell mandó construir una puerta de carácter monumental en la Glorieta, que ya poseía un límite de balaustrada de madera entre pilares de piedra rematados por pomos y jarrones. Dos leones y amorcillos con emblemas impactaban como un arco de triunfo y los valencianos se enorgullecían de aquel jardín donde también se levantó un pabellón para la banda militar que ofrecía frecuentes conciertos. Además, la Glorieta se iluminó con 14.000 antorchas y tulipas con aceite para recibir a Fernando VII y su esposa, la reina Amalia de Sajonia, que permanecieron 18 días en Valencia presidiendo festejos, homenajes y procesiones. En poco tiempo, la Glorieta se convirtió en centro de la vida social, a lo que ayudó la inauguración de un café instalado por el italiano Domingo Cucciari, inspirado en los de Viena y París, con programación constante de valses y mazurcas.
El jardín se enriqueció con saigones de Canadá, catalpas, castaños de Indias, plátanos orientales, palmeras, ficus, tilos y magnolios. Hacia 1860 se sustituyeron las vallas de madera por verjas de hierro y se intensificó el programa de conciertos y representaciones teatrales, destacando el éxito del teatro de verano para zarzuelas, que dirigieron con frecuencia Salvador Giner y José Valls. Teatro que fue escenario de homenajes, como el brindado a Joaquín Sorolla y Mariano Benlliure, por el Ayuntamiento, el 1 de agosto de 1900.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Valencia vivida , publicado por Carena Editores. Valencia, 2007.
No se privó la Glorieta de pequeños monumentos rematados con bustos de bronce como el dedicado a Francisco Domingo (de Mariano Benlliure), pero fueron robados y sustituidos por otros de piedra. Actualmente se pueden admirar el de Muñoz Degrain, coronando un barroco banco de piedra; el de Agrasot, y el del Doctor Gómez Ferrer, obra de Paredes, que tiene a sus pies dos niños en bronce realizados por Luis Bolinches.
La decadencia de nuestro parque se inició en 1926, al quitarle las verjas y desposeerlo de la umbría. El café y el treatro cerraron puertas y bajaron el telón. Es la etapa en que dominan, durante el día, las amas de leche rubicundas y uniformadas, a las que sucedieron las niñeras, que siempre tenían un novio cumpliendo el servicio militar.
Las tardes quedaban para las colegialas que jugaban al corro y cantaban canciones como «Mambrú se fue a la guerra, / no sé cuando vendrá, / do-re-mi /do re fa, / no sé cuando vendrá».
Hoy, los mayores recuerdan el relevo de los tranviarios junto a la fuente del Tritón, el quiosco del vendedor de periódicos más madrugador de la ciudad y los urinarios en un sotanillo que limpiaba una mujer, triste y gris, vestida también de gris: servicios que agradecían todos los prostáticos de la ciudad dejando alguna moneda en el platillo de la señora canosa.
Durante unos años, cerca del sotanillo se instalaba un Nacimiento en Navidad realizado con figuras del gremios de artistas falleros.
¿Y hoy? Los turistas fotografían esos tesoros de ficus que viven hermosos, altivos, y quienes amamos la Glorieta aún cogemos algún jazmín.
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