Entrañable Cañete
Entre las fiestas dedicadas al patrón de una calle, permanece la insólita de la vía de Cañete, que ha sobrevivido a épocas de penuria y ... que se salvó gracias a la Peña el Clau; un grupo de vecinos que tuvo la ocurrencia de sortear un jamón diario. Con aquella recaudación, se solucionaban las velas, las flores y los pergaminos, que de vez en cuando dedicaban al beato Gaspar de Bono.
Nunca pude imaginar una capilla tan naïf, ya que la imagen se alzaba entre zambombas y cañas, puesto que la casa natalicia del beato la ocupaba el artesano Vicente Llorens, quien se dedicaba a pintar de rosa las vasijas que compraba en Manises para convertirlas en zambombas. Las zambombas del beato se vendían en media España; aunque la devoción era del barrio, donde acudían las vecinas y los vecinos, que iban a pedirle lo que necesitaban. Los jóvenes, antes de marchar al servicio militar pasaban por delante del beato para rogarle «un servicio sin peligro»; y las chicas, cuando andaban mal de amores, se acercaban a la imagen, dándole un tirón del cordón del hábito y la súplica de «un buen hombre».
En el local de la alfarería-capilla, quedaban los pergaminos que certificaban la visita de la Virgen de los Desamparados. Vicente Llorens, que había estudiado la vida del beato, refería que: formando parte del ejército del emperador Carlos V, cayó a un pozo y se aclamó a la Virgen de los Desamparados, prometiendo ingresar en un convento si se salvaba. Así lo hizo, en el convento de San Sebastián de la Orden de los Mínimos, siendo elegido provincial de Valencia.
En la actualidad, algún cartel ofrece imágenes del suceso. Se celebran noches de rondallas y ofrenda de flores. La calle de Cañete, es un alargado patio de vecindad con los balcones llenos de plantas, donde todos se conocen, y que conserva el don de una religiosidad popular que brilla durante las fiestas en honor de beato Gaspar de Bono.
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