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Del famoso Teatro de la Marina sólo quedan postales que reflejan su grandilocuencia y folletos referentes a sus programaciones, pero tuvo el poder de que ... su nombre se vinculase siempre a la Valencia marinera, a esa Valencia tan querida que, a ráfagas, huele a salobre.
El teatro de larga memoria se construyó para ocio de la clase social que se desplazaba a las villas y barracas del Cabañal apenas se anunciaba el verano. Su inauguración fue en julio de 1856, pero pocos años después sufrió un incendio que lo destruyó totalmente. Con empeño empresarial se encargó un nuevo local al arquitecto Carlos Spain Pérez, inaugurándose con el nombre de Teatro de la Reina. Naturalmente, en la República se conviertió en Teatro de la Marina.
i Este artículo es resumen, realizado por la autora, del capítulo correspondiente de su libro
Valencia vivida , publicado por Carena Editors en 2007
Fueron recibidos todos los géneros: zarzuelas, dramas, variedades y sainetes. Hasta contó con un grupo infantil, 'La Pandilla', que ensayaba el doctor José Puchades Carles; grupo que llegó a actuar en otros teatros de Valencia en los años 30.
Aa partir de 1940, el histórico Teatro de La Marina se convirtió en cine de sesión continua, manteniendo la actividad hasta 1962, en que ardió. de nuevo. Concluía así una época que había reflejado con humor y desenfado Eduardo Escalante y que se inmortalizó con el sainete 'Barraca en lo Cabanyal', que décadas después repondría Juli Leal, con gran éxito, en El Micalet.
Actualmente, la calle de la Reina, como tantas de la zona, invita a descubrir las casas con intervención modernista; fachadas donde la combinación de pequeños azulejos forman cenefas y juegos geométricos en blanco y azul, o blanco y verde; o representan figuras como si se tratara de un paño con bordados en punto de cruz; jarrones, pájaros, barcas y elementos historicistas. Lástima que las modernas construcciones rompieron la armonía de las alturas, pero hay que resignarse.
El eclecticismo no solo se advierte en la arquitectura, sino también en los múltiples comercios que prestan gran vitalidad a la vía: supermercados, tiendas de confección, locutorios, gabinetes de estética, entidades bancarias, locales falleros, cafeterías y restaurantes con carta de platos típicos marineros.
La actualidad nos obliga a conocer el brillo y la devoción de estos barrios que, en muchas ocasiones, tienen en sus casas como pequeños altares, presididos por la imagen de la que se responsabilizan en los días santos. Imágenes rodeadas de velones y flores, también cestillos con frutos, escenas primaverales ante el dolor.
Se impone visitar, en esta calle, la iglesia neogótica (dos puertas, pináculo y rosetón) de Cristo Redentor, que acoge a toda clase de devotos. En el templo no faltan ni la Purísima, san Rafael con Tobías sujetando el pez, la tabla de la Virgen negra de Czestochowa reproducción del original bizantino (donada por un refugiado polaco), ni el impresionante Cristo del Salvador y del Amparo, que tanto impacta por el color de su piel y la expresión de dolor que supo conseguir el escultor Francisco Teruel.
Es la figura de Cristo que conmueve y nos obliga a reflexionar sobre las preguntas, que jamás sabemos responder. Y en la pasada Semana Santa, un despliegue de belleza en la orilla marinera de Valencia.
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